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Actualizado: 7 de junio de 2025
La señora de La Tour de Embleuse admiraba los aderezos de su hija como Clitemnestra pudo admirar las bandas fúnebres destinadas a adornar la frente de Ifigenia.
Crea usted que este temor es vano. No busque usted la originalidad, y ella vendrá á buscarle. Sea usted natural y espontáneo, y pondrá usted en cuanto escriba el sello de su persona, y será sana y limpiamente original, sin darse á todos los diablos y sin caer en las demencias fúnebres que en Francia se usan. Inagotable fábrica y rico emporio de ideas es París.
Asistía a todos los servicios religiosos fúnebres, distribuía velas, las recogía luego, y si alguien se olvidaba de apagar la suya, se acercaba y la apagaba él, soplando muy solícito. El muerto le inspiraba una gran curiosidad. De media en media hora entraba en la cámara mortuoria para mirarle, ajustaba sobre el cadáver el lienzo que lo cubría y le arreglaba la levita.
También lo llevo yo, y esto no me impide encontrar muy agradables los placeres de la vida y considerar que de todos esos placeres el más interesante es... el encuentro de dos esqueletos. Castro reía con una conmiseración afectuosa contemplando á su amigo. Estás harto, lo repito; tienes la inapetencia y las visiones fúnebres de los que sufren una dolorosa indigestión... Tú te restablecerás.
Aquel día don Manuel sentía en el pecho un dolor agudo y persistente, un zumbido penoso en la cabeza.... ¿Iría a morirse ya? El hidalgo de Luzmela aseguraba que no tenía miedo a la muerte, que habiendo meditado en ella durante muchas horas sombrías de sus jornadas, no había salido de sus fúnebres cavilaciones con horror, sino con la mansa resignación que deben inspirar las tragedias inevitables.
Pero apenas pasaba, todo resurgía a su espalda, casi en los bordes de sus fúnebres velos: revivían las flores con nueva fuerza, trinaban otros pájaros, y del polvo donde habían caído los viejos, los inútiles y los débiles, volvían a levantarse, transfigurados por la juventud. Ella era el abono de la vida, la hoz que siega el prado para que resurja con mayor fuerza.
Estos feroces animales, sentados sobre témpanos de hielo, con el puntiagudo hocico entre las patas y el hambre mordiendo las entrañas, se llamaban unos a otros del Grosmann al Donon, con gemidos semejantes a los del viento. Más de un montañés sentía, al oírlos, que se le helaba la sangre: «Son cantos fúnebres pensaban ; es la Muerte que olfatea la batalla y nos llama.»
Pasamos tres días dando paseos y haciendo expediciones temerarias; tres días de inaudita felicidad, sí tal puede llamarse a un sentimiento rabioso de destrucción de su reposo, especie de luna de miel descarada y desesperada, sin ejemplo, ni por las emociones ni por los arrepentimientos y que a nada se parece como no sea a esas horas de copiosas y fúnebres satisfacciones durante las cuales todo se permite a los sentenciados a morir al otro día.
Más de una vez la muchedumbre, olvidando la santidad de la noche, prorrumpía en elogios a la gracia de la chiquilla y en bendiciones a la madre que la había parido, sin respetar el aparato inquisitorial del sagrado Entierro con sus negros encapuchados y sus fúnebres blandones. En la viña no despertaba menores entusiasmos María de la Luz.
Palabra del Dia
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