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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Pero se marchó y el buen tío, sin voluntad, que se arrastraba siempre a tres pasos detrás de ella, la siguió. En mi triunfo solté una gran carcajada. Pero también, ¿qué venís a hacer, almas codiciosas, en el templo del dolor? ¡Atrás! Vino la noche. Una banda roja, último vestigio del sol poniente, se extendía sobre la ciudad cuyas torres puntiagudas se destacaban negras en el cielo de fuego.

Ambas porciones, antigua y moderna, se comunicaban por medio de un puente levadizo, único medio de acceso a la parte antigua de la construcción; en cambio en frente de la quinta se extendía una hermosa y ancha avenida. Era aquella una posesión ideal.

Su autoridad se extendía nominalmente sobre un territorio más grande que algunas naciones de Europa, pero sólo era efectiva en la población donde había establecido su Estado Mayor y en otros grupos urbanos ocupados por sus tropas. La importancia de estas tropas también era más ilusoria que real.

La gran sábana de agua que se extendía hasta El Moral tomaba un color terroso por los bordes, obscuro y profundo por el centro. María cogió de nuevo el libro, acercó una silla a la ventana y, sentándose en ella, se puso a leer, porque la luz ya se lo permitía.

En efecto, uno de ellos estaba roto, otro estropeado por el agua irreparablemente, y sobre el último una mancha de sangre extendía su fatídico contorno. No parece gran cosa, en verdad balbuceó Federico tristemente. Pero es lo mejor que hemos podido hacer. Recíbelos, viejo, y pónselos en sus zapatos, y dile... dile... dile, sabes... me rueda la cabeza. El viejo tomolo en sus brazos.

El sol caminaba velozmente hacia el horizonte con serenidad majestuosa, sin una nube que lo escoltara, anegado en un vapor de oro y grana que se filtraba hasta perderse enteramente en el azul claro del firmamento. La peña donde se hallaban extendía también su sombra sobre el agua, cuyo verde oscuro se iba trocando poco a poco en negro.

Le parecía ahora imposible que hubiese podido vivir en la penumbra ó bajo la luz artificial, mascando una atmósfera malsana, á las mismas horas en que este jardín extendía ante el mar su magnificencia silvestre y luminosa. Hay muchas cosas bellas en el mundo continuó para las cuales no se necesita dinero. ¡Pensar que si no hubiésemos perdido no estaríamos aquí! Casi es mejor ser pobres.

«Lo sabe todo» pensó el Provisor. Cuando su madre callaba y se ponía parches de sebo, daba a entender que no podía estar más enfadada, que estaba furiosa. Al pasar junto al comedor, De Pas vio la mesa puesta con dos cubiertos. Era temprano para cenar, otras noches no se extendía el mantel hasta las nueve y media; y acababan de dar las nueve.

Un olor de humedad, de hierbas marchitas y de piedras en ruinas, se desprendía de las paredes. Una vieja puerta extendía por sobre el arco de su bóveda. Penetré en el interior. En todo mi derredor se alzaban las paredes, destacándose negras en el cielo de la noche, cuya luz azulada brillaba aquí y allí por encima de mi cabeza.

Y el vehículo salió del camino, hundiendo sus ruedas en la tierra removida, teniendo que hacer grandes rodeos para evitar los sepulcros esparcidos caprichosamente por los azares del combate. Casi todos los campos estaban arados. El trabajo del hombre se extendía de tumba en tumba, haciéndose más visible así como la mañana iba repeliendo su envoltura de nieblas.

Palabra del Dia

hociquea

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