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Actualizado: 5 de mayo de 2025
El francés, hombre sobrio, parsimonioso en sus gastos y exento de ambiciones, sonreía ante las grandezas de su cuñado. Tenía á Karl por un excelente compañero, aunque de un orgullo pueril. Recordaba con satisfacción los años que habían pasado juntos en el campo. No podía olvidar al alemán que rondaba en torno de él cariñoso y sumiso como un hermano menor.
Después se alejó sin querer esperar la contestación, y cinco minutos más tarde se oyó su coche rodar sobre la arena del patio. El pobre duque había sido prevenido y creía conocer muy bien a la dama, pues el doctor se la había pintado al vivo. Pero se reprochó lo que había hecho y hasta el día siguiente estuvo en un estado de intranquilidad no exento de remordimientos.
Exento para siempre de la servidumbre del dolor, como los inmortales, gozaba sereno, majestuoso, de su apoteosis. También se había sentado al lado de la amada de su heroico corazón, y le habló durante algunas horas, con dulce sosiego, de las jacas inglesas y de las grandes batallas que a la sazón se libraban en el seno de la corporación municipal, en las cuales él tomaba una parte tan activa.
La interpretación de ciertos simbolismos y la sorpresa de ver explicadas cosas que antes no comprendiera, derramaron en su alma una satisfacción tranquila, un goce exento de egoísmo, pero que llegaba a producirla cierta excitación, haciéndola experimentar aquella complacencia propia de los cerebros débiles que, al descubrir algo nuevo para ellos, piensan haber hallado lo verdaderamente extraordinario.
Sólo sirven para indicar que vagamente se daba cuenta de las razones que tenía para estar exento de inquietud. Muy contento con haber hecho la diligencia de la compra, llegó a su puerta y la abrió. Para sus ojos miopes todo estaba en el estado en que lo había dejado, a no ser que el fuego despedía una mayor y bien venida cantidad de calor.
Pero, entre las muchedumbres que gozarán, a no dudarlo, de tan noble instinto, y el escritor que a ellas se dirige, siempre o casi siempre se interpone cierta capa social, aunque leve y sutil, muy tupida, donde la voz se embota y apaga o el escrito se detiene, sin llegar ante los ojos o sin penetrar en los oídos de ese vulgo o de ese pueblo, que exento de prejuicios y con certera candidez sabría decidir lo justo, si la voz o el escrito se pusiera a su alcance.
Eso parece me respondió en tono resuelto no exento de impertinencia. Un poco picado por él, le dije sonriendo: Por cierto que ha sido bien a mi pesar. No tenía ninguna gana de compañía. ¡Pues qué había usted de hacer! ¿Quién tiene gana de que le introduzcan una cuña?
Don Antolín había conocido a Gabriel siendo niño y le tuteaba. En el cura ignorante subsistía aún el recuerdo de los grandes triunfos alcanzados por Luna en el Seminario, y al verle pobre y enfermo, refugiado en la catedral casi de limosna, su tuteo de superioridad no estaba exento de cierta admiración. Gabriel, por su parte, temía al Vara de plata, conociendo su fanatismo intolerante.
Y se arrancaba con rabia un puñado de ellos. «Tantos pelos tiene en el alma como en el cuerpo,» decía de él el capellán del colegio con sorda cólera. No estamos conformes con este juicio. Marroquín era un pobre diablo, no exento de las pasioncillas que atormentan a los humanos, tales como la envidia, la lujuria, la gula, pero no en más alto grado que la mayoría de ellos.
Arturito supo también la llegada de Pedro Lobo no bien éste llegó. Y si hemos de decir la verdad, allá en el fondo de su alma pacífica y humilde, se alegró entonces de que le hubiese despedido Rafaela. Así se creyó libre y exento de tener un lance con el gaucho, que alcanzaba fama de brutal y grosero.
Palabra del Dia
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