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Actualizado: 27 de junio de 2025
El capitán hizo al instante levar anclas y el buque, arrastrado penosamente por sus dos botes, emprendió una marcha lenta hasta llegar á paraje abierto donde pudiera desplegar las velas. Las lanchas le daban escolta. Reinaba el júbilo en éstas, cambiándose entre unos y otros mil bromas y donaires. El blando movimiento de las olas y la fresca caricia de la brisa excitaban más su alegría.
Y los conspicuos, al ver la general desbandada, reían llenos de lástima y excitaban al maquinista para que hiciese más ruido, gozándose como los antiguos conquistadores con el espanto que su paso producía. Sentado allá en el templete griego de su fundo de Arbín, entre Pan y las Ninfas, D. César de las Matas también oyó el ronquido estridente de la máquina.
Los indios, por lo tanto, debían estar eternamente agradecidos a los españoles que los habían levantado de la abyección y que les habían devuelto el ser de criaturas racionales que casi habían perdido. Los razonamientos empleados por Rafaela para sostener su tesis excitaban la cólera de Pedro Lobo y hacían brotar de sus labios feroces discursos en contra.
Así se salvó la nao, y Carreño, en tres días, engañando al demonio, pudo pasar de un mundo a otro. La sed era el tormento de los largos viajes interrumpidos por las calmas. Corrompíase el agua, y los alimentos, salados en demasía, excitaban en todos el ansia de beber. Las familias emigradoras se sustentaban con las provisiones que habían hecho antes de embarcar.
La muchedumbre se estancaba en las calles principales impidiendo el paso de los carruajes, que se veían obligados á permanecer inmóviles largo rato. De pie sobre ellos, máscaras con grotescas cabezas de cartón excitaban la risa de la gente, gritando y manoteando de un modo frenético: estaban roncos ya casi todos.
Grandes anuncios cubrían las paredes de las casas, misteriosos y fúnebres, que excitaban la curiosidad. Ni Ben Zayb, ni el P. Camorra, ni el P. Irene, ni el P. Salví la habían visto aun; solo Juanito Pelaez estuvo á verla una noche y contaba en el grupo su admiracion.
Con el oído harto de música suculenta, buscaba autores ignorados y muchas veces extravagantes que excitaban su curiosidad; pero siempre volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes auditivos los maestros de sus primeras adoraciones, y entre todos ellos, Beethoven.
Las tormentas precedidas de viento y sucia polvareda le excitaban horriblemente los nervios, y su único gusto al presenciarlas era ver desmentidos los pronósticos meteorológicos de Bringas, el cual, desde que el cielo se nublaba, decía: «verás cómo esta tarde refresca». ¡Qué había de refrescar...! Al contrario, duplicaba el calor.
Y al teatro se iba y vagaba como una sombra espectral del escenario a las butacas y desde aquí a las galerías meditando el efecto que harían tales versos oídos desde lo alto y desde lo bajo, cómo resultarían los apóstrofes y los apartes. Pero hay que decir que aquellos malditos cómicos le llenaban de indignación y excitaban su bilis de un modo alarmante. No tomaban en serio el ensayo de la obra.
Hojeando los periódicos que había sobre el velador del centro, cayó en sus manos el último número de El Joven Sarriense. Casi nunca lo leía. Por más que estuviese apartado de la lucha feroz de los bandos, odiaba a los del Camarote. Luego temía encontrarse con injurias a su suegro, que le excitaban la cólera.
Palabra del Dia
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