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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Era chato, rojo, rubio, con unos bigotes amarillentos, caídos y lacios como los de un chino; el traje negro, casi de etiqueta, que en aquella taberna llamaba la atención. Yo me constituí en su defensor, y pensé que si se burlaban de él tenía derecho para hacer algún disparate. Nos levantamos los dos.

Una bella noche de luna paseábamos por las calles, fragantes de primavera. Fantomas exhaló un sollozo romántico: ¡Qué noche tan hermosa para robar! Lo del maillot y el gorro con borla es una invención de la fantasía folletinesca de la policía. Yo no robo en traje de etiqueta y zapato de charol.

El uso continuo de esta prenda, aun más allá del 40 de Mayo, se explica por su aborrecimiento de estufas y braseros que, según él, son la causa de tanta mortandad. Como no estaba embozado, pudo Benina observar que traía cuellos y puños limpios, y gruesa cadena de reloj, galas que sin duda respondían a la etiqueta del aniversario.

Lo que cuento ocurría en la Primavera del 68, y el Jueves Santo de aquel año fue uno de los días en que más alborotaron. Don Francisco, santificador de las fiestas, asistió de gran etiqueta, con su cruz y todo, a la solemnidad religiosa en la capilla.

Ordinariamente se ponía para estas comidas de los sábados trajes de media etiqueta, esto es, con las mangas hasta el codo. Ahora quiso lucir su celebrado descote en honor de un diplomático extranjero que comía por vez primera en su casa. Mientras se dejaba arreglar el pelo, su espíritu vagaba distraído por los sucesos del día. No había acudido a la cita de Pepe: de seguro vendría furioso.

Me detalló la etiqueta de la Corte de Ruritania, prometiendo hallarse constantemente a mi lado para indicarme los personajes a quienes yo debía conocer y la mayor o menor ceremonia con que convenía recibirlos y tratarlos. Y a propósito me dijo, ¿supongo que es usted católico? No por cierto contesté.

La etiqueta, según se entendía en Vetusta, era la ley por que se gobernaba el mundo; a ella se debía la armonía celeste. Suprimida la etiqueta, las estrellas chocarían y se aplastarían probablemente. ¿Qué sabía de estas cosas la sobrinita? Esta era la cuestión.

No podían prescindir de la etiqueta, ni aun delante de una pobre muchacha y eran tan ceremoniosas y tiesas, que Clara les llegó á tomar antipatía, porque siempre que iban á la casa dejaban allí una sombra de tristeza que duraba mucho tiempo en el alma de la huérfana.

Fué un verdadero apuro para ellos. Raimundo no tenía frac, Aurelia no poseía tampoco un guardarropa muy provisto. Sin embargo, fueron. Un pariente prestó al joven su frac: Aurelia se puso los mejores trapitos del armario. Al día siguiente Raimundo se encargó un traje de etiqueta en la mejor sastrería de Madrid.

Aborrecía lo que D. Félix amaba, esto es, el campo, el trato de los paisanos, los placeres y los alimentos rústicos; amaba lo que él aborrecía; á saber, la vida de ciudad, el boato, la etiqueta. Por esta razón y por lo endeble y vacilante de su salud pasaba sólo cortas temporadas en Entralgo.

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