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Actualizado: 13 de junio de 2025
Antes de la calumnia en esa pobreza del hombre amado estribaba precisamente el amor de Paz: le creía exento de todos los defectos que desarrolla y acrecienta el oro. Después de calumniado, imaginó verle poseído de cuantas malas pasiones trae consigo el ansia de riqueza.
Con el violento chorro de chispas había bastante, y en su total, todo el éxito estribaba en que nuestro tío, adormilado, no se diera cuenta de la singular rigidez de su cigarrillo. Las cosas se precipitan a veces de tal modo, que no hay tiempo ni aliento para contarlas. Sólo sé que una siesta el padrastrillo salió como una bomba de su cuarto, encontrando a mamá en el comedor.
Todo el regocijo de la ceremonia estribaba en los nombres que iba imponiendo la divinidad a sus catecúmenas con murmullos aprobadores o carcajadas generales. La imaginación del mayordomo y de los camareros de algunas letras había dado de sí todo su jugo para halagar a las pasajeras con los nombres de estrella marina, rosa del Océano, céfiro del Ecuador, etc.
La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para amigos que le escribían desde puertos lejanos.
El origen de su proceder era de tan difícil explicación, que ni ella misma podía justificarlo: estribaba en una preocupación casi pueril, meramente sentimental y supersticiosa; pero tan robustecida en fuerza de darle vueltas con el pensamiento, que no conseguía desterrarla ni vencerla.
Conocíanse mutuamente las intenciones de batallar, exploraba cada cual el terreno de su enemigo, y hasta le provocaba con ingeniosas estratagemas; pero de aquí no pasaba; y, a mi entender, en el misterio de estas precauciones, en el problema de esta actitud recelosa, estribaba el mayor interés de los beligerantes. Ni ella ni él parecían tener prisa para resolver el punto dudoso.
La tierra se había hundido en un abismo sin fin y yo seguía corriendo por el plano vacío que antes fuera su superficie. No importaba. La cuestión estribaba en ver cuanto antes al canalla de Tucker. De pronto sentí tierra firme bajo mis pies. Estaba en una ciudad extranjera, pero habitada por mis conciudadanos. En las calles había mucha luz amarillenta y mucha gente que reía, corría, gesticulaba.
En el amor y en la compasión por el infeliz linaje humano, sin distinción de castas ni de jerarquías, estribaba aquella moral, pero no tenía un Dios misericordioso. Su Dios, si tal podía llamarse, era el ser único, infinito e indeterminado en quien todo cuanto es y en quien todo cuanto puede ser se contiene.
Sin embargo, prestó buena acogida a Pablo; tan buena, que éste, durante algunos días, tuvo la debilidad de equivocarse, pensando que sus gracias personales le valían tan amable y cordial recepción: mas estaba en un grave error. Había sido presentado por Juan, era amigo de Juan, y a los ojos de Bettina en esto estribaba todo su mérito.
Lo gracioso para Miguel era que Lewis también figuraba entre los maestros que «sabían jugar», y todos ellos perdían, lo mismo que los ignorantes. Su único mérito estribaba en ir retardando el momento de la ruina final, en prolongar la anonadadora emoción, envejeciendo como prisioneros á la sombra de los peñones del principado.
Palabra del Dia
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