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Actualizado: 26 de octubre de 2025


Basilio, sin saludar, avanzó lentamente y en voz que hizo estremecerse al joyero, dijo: Señor Simoun, he sido mal hijo y mal hermano; he olvidado el asesinato del uno y las torturas de la otra ¡y Dios me ha castigado! Ahora no me queda más que una voluntad para devolver mal por mal, crímen por crímen, ¡violencia por violencia! Simoun le escuchaba silencioso.

La escena aquella no carecía de esa cierta solemnidad pavorosa que producirá siempre el espectáculo de la culpa y la vergüenza en uno de nuestros semejantes, mientras la sociedad no se haya corrompido lo bastante para que le haga reir en vez de estremecerse. Los que presenciaban la deshonra de Ester Prynne no se encontraban en ese caso.

Se calentó la cama de Chisco, se le despojó de sus ropas húmedas, se le dieron unas fricciones de aguardiente; y en la cama seguía reposando al referir Neluco en la cocina estos sucesos que más de una vez empañaron los ojos de Facia, e hicieron estremecerse de pavor y de entusiasmo a su hija Tona, mientras a mi tío le temblaba la barbilla y le chispeaban los ojuelos clavados en los del narrador.

Ocurrió por entonces en España uno de esos acontecimientos que hacen raya en la historia de los pueblos; marejadas de fondo, como diría Tremontorio, cuyas ondas, bajo un cielo sereno, sin saberse en dónde nacen, son más impetuosas á medida que caminan; y llegan á la costa, y baten sus peñascos, y no hay entre ellos cueva, ni boquete, ni escondrijo donde la furia no meta su desgreñada cabeza con pavoroso estruendo, ni puerto tan seguro que no reciba sus espumas y sienta estremecerse el limpio cristal de sus aguas.

¡Señor... Señor... Señor!... Le era imposible decir más. Creyó que había sonado un trueno, haciendo estremecerse la vieja casa; que un nubarrón acababa de pasar ante el sol, obscureciéndolo; que el mar se volvía plomizo, avanzando en encrespadas olas contra la muralla.

Pero siempre conservó de tal encuentro un temor supersticioso, y aun en su más avanzada edad el buen hombre no habló nunca de estas cosas sin estremecerse.

Le vi estremecerse con frecuencia, y llegó un momento en que fue tal su emoción, que tuvo que apoyarse contra un bastidor. Creí entonces adivinar que sentía una pasión desgraciada por alguna de aquellas diosas, pero su edad y su figura hacían poco verosímil semejante suposición.

Era un trovo nuevo: todos los sábados traía versos el Cantó, en honor de la atlota de la alquería. El encanto de la música bárbara y monótona, admirada desde la niñez, obligó a callar a todos. La santa emoción de la poesía hacía estremecerse por adelantado a estas almas simples.

Le molestaba más, haciéndola estremecerse de cólera, la imagen de Celinda con el látigo levantado. Pero olvidó su rencor al ver que Ricardo acudía puntualmente, atendiendo el ruego que ella le había hecho al anochecer para que pasase la velada en su casa. Al notar que Watson miraba con inquietud las puertas del salón, creyó oportuno tranquilizarlo. Nadie vendrá.

Mas del tropel de ellos surgió repentinamente uno que le hizo estremecerse. Quedó inmóvil un instante y, recobrando de súbito toda su energía, emprendió su camino de nuevo con resolución y á paso vivo. Al pasar por la calle de Horno Quemado vió venir hacia él un hombre que no tardó en reconocer. Era el señor Rafael que se retiraba á su casa.

Palabra del Dia

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