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Actualizado: 1 de mayo de 2025
A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». Las ganancias del establecimiento no eran escasas; pero los esposos Arnaiz no podían llamarse ricos, porque con tanto parto y tanta muerte de hijos y aquel familión de hembras la casa no acababa de florecer como debiera.
Sin más introducción allá van los cuentos. Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.
Ni uno ni otro dieron señales de alegría al verse, como convenía á esposos que habían estado separados largo tiempo. La condesa hizo una reverencia á su marido, y don Fernando de Castro bajó levemente la cabeza en contestación al saludo de doña Catalina. Paréceme, señora dijo el conde , que habíais tomado la resolución de haceros ermitaña.
Y el viejo, sin tener en cuenta la reconciliación de los esposos ni el paso del tiempo, se sintió emocionado por esta maternidad, como si su hijo hubiese intervenido en ella. Mientras tanto, Julio seguía marchando, sin volver la cabeza, sin enterarse de esta mirada fija en su dorso, pálido y canturreando para disimular su emoción. Y nunca supo nada.
Ahora, figuraos el atrevimiento del hombre, que llega al punto de lanzarse entre los esposos en el fragor de la lucha, para ir, montado en una frágil barquilla, afrontando los golpes que se prodigan, en busca de la tímida embarcación detenida en la embocadura y no atreviendo á aventurarse.
Desengañado entonces de su error, y convencido de la fidelidad de su mujer, se precipita al punto en sus brazos; en este momento aparece el Rey con servidores, que traen antorchas, y en vez de encontrar el cadáver que esperaba, encuentra á los dos esposos estrechamente abrazados, y también al Príncipe su hijo en brazos de Doña Constanza.
Tal fue la sorpresa del duque a consecuencia de lo ocurrido, que sólo después de algunas horas, y tras larga conversación con su mujer, llegó a convencerse de dos cosas: era senador vitalicio por nombramiento real, y, sin saberlo, había ofendido gravemente al hombre que le encumbraba. Ambos esposos se preocuparon seriamente.
Tal vez de este modo nos iremos moderando un poco.» Convertida en intendente general, pronto observaron los esposos cierta mejoría en sus negocios. Gonzalo cuando llegaba alguna cuenta, decía al criado sonriendo: «Pásela usted al administrador». El criado sonreía también y se la llevaba a Cecilia.
Cuando las exigencias del partido le hacían abandonar la ciudad, era su esposa, la enérgica doña Bernarda, la que atendía las consultas, dando respuestas, en concepto del partido, tan acertadas y sabias como las del quefe. Esta colaboración en el sostenimiento de la autoridad de la familia era lo único que unía a los esposos.
Porque Jacobo Téllez estaba muy vinculado a los esposos Ruiz y a del Val, y era un excelente sugeto, lleno de justicia y caridad cristiana... Dirigiose pues a casa de su amigo Marcos, y, hallándolo sólo en su escritorio, le dijo solemnemente: Bien sabes, Marcos, la amistad que nos profesamos desde la infancia.
Palabra del Dia
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