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Actualizado: 7 de junio de 2025


Un día, en momentos de intimidad, bastó una caricia algo ruda de sus manos de luchador para despertar la furia de aquella mujer que atraía al hombre y lo odiaba al mismo tiempo. «¡Toma!» Y su diestra, cerrada y dura como una maza, dio un golpe de abajo arriba en la mandíbula del espada, con una seguridad que parecía obedecer a determinadas reglas de esgrima.

En todas las aldeas y lugares que pasaban había desafíos de pelota, de esgrima, de correr, de saltar, de tirar la barra y de otros ejercicios de fuerza, maña y ligereza, y de todo salía vencedor Andrés.

Debíamos ir a la tertulia de doña Flora, y mientras llegaba la hora, mi amigo, que quise que no, hubo de darme nuevas lecciones de esgrima.

Ocupaba la sociedad una gran casa, de suelo a cielo, en una gran calle de lo mejor entre lo más caro de la villa y corte; y en la gran casa había grandes cocinas, grandes cuadras y grandes cocheras, con muchos y muy lujosos carruajes, abajo; y grandes salones de conversación, de juegos lícitos y de lectura; grandes salas para otros usos, hasta sala de esgrima, y grandes comedores y cuartos de tocador y gabinetes para vestirse, para escribir y para jugar a lo que no debía verse, arriba; y lo de arriba y lo de abajo, y lo de acá y lo de acullá, con todo el lustre de decorado y servidumbre que la institución y sus destinos requerían.

Desde la primera mañana de su instalación, fue invitado cortésmente para acompañar al dueño de casa y dos o tres más de sus huéspedes, a pasar a la sala de los arneses, para hacer un poco de esgrima, si lo tenía a bien. El señor de Sontis contestó que tendría mucho gusto en ejercitar un poco su muñeca, pues hacía mucho que no tiraba.

Y, apeándose con gran presteza de su jumento, tiró con furia de una de las espadas que llevaba el licenciado en el suyo. -No ha de ser así -dijo a este instante don Quijote-, que yo quiero ser el maestro desta esgrima, y el juez desta muchas veces no averiguada cuestión.

Miraban los mozos atentamente las alhajas de la casa en tanto que bajaba el señor Monipodio; y viendo que tardaba, se atrevió Rincón a entrar en una sala baja, de dos pequeñas que en el patio estaban, y vio en ella dos espadas de esgrima y dos broqueles de corcho, pendientes de cuatro clavos, y una arca grande, sin tapa ni cosa que la cubriese, y otras tres esteras de enea tendidas por el suelo.

Tan profundamente entran estos hábitos pendencieros en la vida íntima del gaucho argentino, que las costumbres han creado sentimientos de honor y una esgrima que garantiza la vida. El hombre de la plebe de los demás países toma el cuchillo para matar, y mata; el gaucho argentino lo desenvaina para pelear, y hiere solamente.

Fué el segundo certamen el de la esgrima: tomó el ganancioso la espada negra, con la cual, a seis que le salieron, cada uno de por , les cerró las bocas, mosqueó las narices, les selló los ojos y les santiguó las cabezas, sin que a él le tocasen, como decirse suele, un pelo de la ropa. Alzó la voz el pueblo, y de común consentimiento le dieron el premio primero.

Manejaba bien la espada y la pistola, y don Paco no sabía de esgrima y jamás había tomado una pistola en la mano; pero bien podía don Paco, como lugareño que era y nada acostumbrado a perfiles y a ceremonias, perder un día la cabeza y rompérsela a él, porque tenía la mano pesada y manejaba bien el garrote, de lo cual, aunque pacífico, había dado ya diversas pruebas, además de la que salió tan cara a Antoñuelo.

Palabra del Dia

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