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Actualizado: 7 de junio de 2025
Ramiro, a su vez, desplegaba una esgrima aparatosa y soldadesca, con molinetes fantásticos, y su boca, entreabierta por el ansia homicida, dejaba rebrillar la dentadura.
Le toqué en el hombro, y él, al volverse, me miró impasible, sin mostrar ni alegría ni desagrado. Lord Gray le dije ha tiempo que estoy esperando la última lección de esgrima. Hoy no tengo humor para lecciones. La necesitaré pronto. ¿Va usted a batirse? ¡Qué felicidad! ¡Hoy tengo yo un humor!... Deseo atravesar a cualquiera. Yo también, lord Gray.
Pues, si estos actos atraían la atención ó interés de todas las clases, volvamos la vista hacia el Arenal: allí presenciaríamos entre otros animados y vistosos cuadros que tan frecuentemente se sucedían, los de las públicas lecciones de esgrima, que ante numeroso concurso de la soldadesca de mar y de tierra, de rufianes y bravos de profesión, de moriscos y de indios, mulatos y negros, daba algún maestro de los muchos que entonces bullían por la ciudad, demostrando las excelencias de la espada blanca ó de la prieta, así como la bondad de las escuelas, de los maestros Francisco Roman, Bernal de Heredia ó de los sucesores de éstos, los famosos Carranza ó Pacheco de Narváez.
Yo le enseñé todo lo que sabía en esgrima, que no es poco, y estoy seguro de que no hay dos en la corte que le metan un tajo ó que le alcancen con una estocada.» ¡Ah! ¡ah! murmuró Montiño ; también le gustan á su excelencia los mozos diestros y valientes. Y siguió leyendo: «Hace tres años que Juan volvió definitivamente, terminados sus estudios.
Por un sentimiento de delicadeza muy natural, pero excesivo, no había querido confesar ni aun a sus amigos el verdadero estado de su brazo herido: la verdad era que todo ejercicio violento, y sobre todo el de la esgrima, determinaban en aquel desgraciado brazo un malestar y un entorpecimiento que debían dar una gran ventaja a un tirador tan consumado como el señor de Maurescamp.
Por los alrededores del Arenal se veía en los buenos tiempos del paseo muy variados tipos y personajes callejeros, no faltando nunca por las tardes, los chiquillos de la candela que, provistos de mecha, ofrecían lumbre á los transeúntes fumadores; los viejos que exhibían á golpe de tambor las sorprendentes vistas de la máquina óptica, los vendedores de confites, los maestros de esgrima que acudían á la palestra pública, y para que nada faltase á aquel cuadro, era frecuente ver en los Malecones ó frente á la Resolana de la Caridad ó al pie del Triunfo, algunos frailes misioneros que escogían aquellos puntos para predicar, como ocurría al célebre padre Verita.
¿Quieres que vayamos a casa de doña Mariquita a tomar chocolate? Vamos. Mientras tomaban el desayuno, Merelo, cada vez más alegre y cariñoso, habló de muchas cosas con pasmosa lucidez; pero especialmente de esgrima.
Por cierto que me dio veinticinco francos de propina, ¡como os lo estoy refiriendo! Yo te daré cincuenta respondiole Ayvaz, si quiere Dios que realice la venganza que medito. M. L'Ambert tiraba perfectamente, pero era demasiado conocido en las salas de esgrima de París para haber tenido jamás ninguna ocasión de batirse.
Nos batiremos... ¿Quiere usted antes recibir las últimas lecciones de esgrima? Gracias, ya sé lo bastante. ¡Pobre niño!... ¡Le mataré a usted!... Pero son las diez y media... mis amigos me esperan... A la Caleta. ¿Nombramos padrinos? No nos faltarán amigos para elegir. Vamos pronto. Ahora mismo.
Abría con precipitación todos los días el Fígaro y apostaba en su interior por uno o por otro. El día menos pensado se suscitaba un lance, había que acudir al terreno, y él no sabía siquiera ponerse en guardia. Verdad que en todo Sarrió no había quien supiese más. Pero nadie tenía tanta obligación de conocer la esgrima como él.
Palabra del Dia
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