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Mi querido amigo: La cariñosa carta de usted me mueve á escribirle de nuevo, y no poco. Si usted no hubiese escrito ya en verso y en prosa muchas cosas buenas, y si usted no diese esperanzas fundadísimas de escribir otras mil infinitamente mejores que los catorce sonetos, tendría usted razón en decir que yo le mataba.

Ya no era para más que un extraño y, cuando me sentaba a escribirle, me parecía ser una simple máquina encargada de copiar los pensamientos de otros: así me sucedía a menudo entregar a Marta una carta sin haberla leído, tal como acababa de recibirla de manos del mayordomo.

Kotelnikov tuvo palpitaciones, guardó cama durante dos días y muchas veces empezó a escribirle a su madre: «Querida mamá» escribía y su debilidad le impedía siempre terminar la carta. A los tres días, cuando llegó a la oficina, le dijeron que su excelencia el director quería verle. Se arregló con un cepillo el pelo y el bigote, y, lleno de terror, entró en el gabinete de su excelencia.

No estaba en su casa y me comprometí en vano. No pude hacer más que escribirle dos palabras, que le dejé bajo sobre en la antesala. Le suplicaba que llevase anoche a casa de la Marquesa esa prueba de mi locura, y que la depositase en un rincón de la biblioteca, donde la hubiera yo sacado sin que nadie lo notase. La fatalidad ha querido que su criado no le diese mi esquela.

Aunque este escrito mío no fuese improvisado, aunque me diesen años y no horas para escribirle, nada nuevo podría añadir yo de noticias biográficas, bibliográficas y críticas, después de la edición completa de las obras de la Santa, hecha por D. Vicente de la Fuente, con envidiable amor, con afanoso esmero y con saber profundo.

Felipe II solía decir: «El tiempo y yo para otros dos»; Cristeta, se contentó con murmurar: «Haré lo que puedaCapítulo XII Siguen, Cristeta enamorada, don Quintín echándose a perder, y don Juan sin sospechar la que le espera Cuando, pasados algunos días, se convenció Cristeta de que don Juan no se acordaba de ella para escribirle cuatro líneas, su tristeza rayó en melancolía.

Al volver a casa por la noche, se puso a pensar en las negras, en su cuerpo color de betún, cubierto de sebo, y le parecieron repulsivas. Al imaginarse que abrazaba a una, sintió náuseas y le dieron ganas de llorar y de escribirle a su madre, residente en provincias, que acudiera inmediatamente como si un grave peligro le amenazase. Al cabo logró dominarse.

Escribirle..... fuera jugar el todo..... por la nada, y además una impertinencia de marca mayor. La criada..... sería contraproducentem. «¡Presentado!.....» dirá algún madrileño. ¿Qué es presentar donde todos se conocen? ¡El padre de Amparo le tutea á Fidel, sin necesidad de presentaciones! ¡Ya se guardará el rapaz de meterse en semejantes dibujos!

Hasta hubo escenas entre Sorege y Jacobo á propósito de esa mujer. El conde hizo todo lo del mundo por decidirle á romper con ella. Llegó á escribirle que su amada le engañaba y á ofrecerle el medio de sorprenderla. ¿Y esa carta existe? La entregué á la justicia y debe figurar en la causa.

En ser visto donde Sol del Valle había de verlo, ponía Pedro Real el mayor cuidado; en que no se la viera sin que se le viese a él; si al teatro, bajo el palco a que fue Sol, que fue el de la directora, y no más que dos veces, estaba la luneta de Pedro; si en Semana Santa, por donde Sol iba con Lucía y Adela, Pedro, sin piedad por Adela, aparecía. Decirle, nada le había dicho. Ni escribirle.