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¡Ah, señor, señor! exclamó Montiño, cayendo de rodillas á los pies del duque . ¡Esto sólo me faltaba! Y oye añadió el duque soltando á Montiño y yendo á la mesa y escribiendo y trayendo después el papel escrito á Montiño , si me respondes con verdad y lo que me dices vale la pena, te doy este vale para que al presentárselo te pague mi tesorero mil ducados.

Afligióse en estremo el buen señor, y diera él por tener allí un adarme de seda verde una onza de plata; digo seda verde porque las medias eran verdes. Aquí exclamó Benengeli, y, escribiendo, dijo ¡Oh pobreza, pobreza! ¡No yo con qué razón se movió aquel gran poeta cordobés a llamarte dádiva santa desagradecida!

Creyó que esta informalidad había ofendido al señor de Avrigny, y se decidió a escribirle oficialmente pidiéndole la mano de Magdalena. Tan pronto como se resolvió a hacerlo, puso manos a la obra, escribiendo esta epístola:

Dos horas después despedíase aquella de Elvira en la estación de la Negresse, y volvía triste y preocupada a la Villa María, dando al punto orden de no recibir a nadie. Encerróse temprano en su gabinete y pasó gran parte de la noche repasando y estudiando los papeles de Elvira, y escribiendo una especie de documentos en forma de artículos numerados.

Ni para una ni para otra cosa se necesitaba en el periodismo antiguo saber escribir. Pero la Caña tomaba tan en serio estas dos ramas del conocimiento humano, que cuando trabajaba parecía que estaba escribiendo la Crítica de la razón pura. Su sueldo en las redacciones no pasó nunca de treinta duros, cuando le pagaban.

Nada más caliente y sofocante que el escritorio de don Eleazar en el verano: nada más frío también en el invierno, en que teníamos que pasar la noche y el día escribiendo, de pie sobre las baldosas desnudas y húmedas del piso.

Hasta cerca de la madrugada estuvo tomando apuntes de varios libros, escribiendo en las cuartillas párrafos muy cortitos, como extractos, cifras seguidas de referencias y citas. Aquello parecía trabajo preparado para que lo aprovechara otro.

Al fallecer el Prelado y abrirse su testamento, se supo que había legado todos sus bienes a Don Fabricio. El nuevo Príncipe se ausentó enseguida de la Capital, y estableció su residencia en una villa cercana, en donde llevó una vida retirada y tranquila. A las pocas personas con quienes trataba, refería que estaba escribiendo sus memorias.

Y otras veces se levantaba del sillón, como si le quemase: se apretaba las sienes con las dos manos, andaba a pasos grandes por la celda, y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destrucción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente a la conquista.

Y conforme lo iba escribiendo, así lo iba pensando el desdichado, pidiéndole al mismo tiempo a la Virgen de Regla que le sacara en bien de aquel par de tiritos que a la mañana siguiente habían de cruzarse... Porque, claro está, que en aquello estaba ya su honor interesado: era negocio resuelto, pecado cometido de que le era ya imposible excusarse.