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Actualizado: 16 de julio de 2025


No hay para qué manifestar quién pronunció este adverbio. En la última carta que le escribí, señor conde dijo D. Marcelino, le comunicaba todas las noticias de este pueblo, y ya ve que eran bien poco interesantes. Este pueblo es muy pacífico apuntó don Primitivo. Aquí no llegan esos motines que hay ahora por Madrid un día y otro no.

Media hora después estaba yo en mi casa. Me encerré en mi cuarto y escribí larguísima carta. ¡Ay! Una carta que nunca llegó a manos de Angelina. A las siete, cansado de esperar a mi tía Pepilla, me senté a la mesa. Juana se apresuró a servirme. En esos momentos llegó la anciana. ¡Ay, Rorró! ¡Qué dirás de mi! ¡Pero, hijito de mi alma, qué misa tan larga! ¿Ya te desayunaste? ¿No?

Recuerdo que cuando escribí esta composicion ahora muchos años, el plan me fué sugerido por la lectura de unas estrofas que desde entonces no he vuelto á leer, y que adoptando la ingeniosa idea de hacer una declaracion de amor, protestando que no se tenia tal intencion, procuré vestirla con imágenes y pensamientos originales. He olvidado el nombre del autor.

Escribí a mi tío, participándole el buen resultado del negocio, y manifestándole que, no teniendo nada que hacer en España, iba a completar mis viajes yendo a Oriente. Mi tío me contestó enviándome libramientos por valor de algunos miles de duros, para que pudiese hacer el viaje como correspondía a mi clase. Me llevé conmigo a Mauricio, y...

Con este criterio, lector amigo, escribí yo el libro que entre las manos tienes, y lealmente te lo aviso para que lo arrojes a tiempo si mi modo de pensar no te satisface.

Allí, pues, sobre las aguas entre jarcias del galeon Sant Juan y las vanderas del Rey Catholico escribí y traduxe de Turpino estos pequeños cantos: á cuyas Rimas puse despues la última lima...» Las palabras acabó su empresa aluden á otra expedición, diversa de la dirigida contra Inglaterra, que fracasó por completo. Baena, Hijos ilustres de Madrid, tomo I, pág. 309.

A fines del año 1840 salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda, bajo las armas de la patria que en días más alegres había pintado en una sala, escribí con carbón estas palabras: On ne tue point les idées.

No pasé de la puerta, y ya no puedo con mi humanidad. Echóse para atrás, y mirándome por sobre las gafas agregó: Ayer escribí a López.... Tendré mucho gusto en darle a usted el empleo. Me gustan los jóvenes como usted. ¡Ya veremos! Ya veremos si encuentro en mi nuevo amanuense lo que deseo y he buscado siempre: un joven «inteligente, activo y útil...» Mañana me tendrá usted por allá.

Traía gorro de terciopelo azul en la cabeza, bordado probablemente por sus hijas; bata de color de canela, y sobre la bata, dejándola al descubierto por debajo, un gabán de verano. Conque poeta... poeta murmuró con voz opaca y acento fatigado. Yo soy muy aficionado a la poesía. En mis buenos tiempos también escribí versos. Muy lindos, por cierto interrumpió Pepita.

Sólo una vez, por mayo o junio, no recibí el dinero en los primeros días del mes. Escribí; y vino orden para que un villaverdino ricacho, de años atrás establecido en la Capital, me diese veinticinco duros. Por Andrés vine en conocimiento de que entonces vendieron la casita, la hermosa casita en que nací, donde murió el abuelito, donde murieron mis padres.

Palabra del Dia

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