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Pues no lo , ni lo he sabido nunca. ¡Nadie! ¡nadie! exclamó el clérigo terciando el manteo y comenzando a dar vueltas por la habitación como un loco. ¡Nadie sabe dónde se esconde ese pillo!... Porque es un pillo, ¿sabe usted? añadió encarándose con Timoteo ferozmente como si no esperase más que éste le contradijese para arrojarse sobre él. ¡Un granuja! ¡un miserable! ¡un estafador! ¡En cuanto le tropiece le piso la cara!

Siguió aquel hombre á Quevedo un tanto fuera de la puerta, y cuando de nadie pudieron ser vistos ni oídos, dijo Quevedo: El hidalgo que se esconde entre sombrero y embozo, es mucha cosa mía. ¡Ah!¿es cosa vuestra... ese mancebo?... ¿pero cómo le ha conocido vuesa merced, si ni aun no se le ven los ojos?

¡Pero se esconde usted para salir! ¿Que yo?... , usted... Ayer tarde salió usted del parque por una puertecilla... ¡Atrévase a negarlo! Ahora comprendo... Estas últimas indicaciones recordaron a Delaberge el incidente que otros hechos más graves le habían hecho olvidar; recordó la huida de aquel hombre desconocido a través de los campos y que de tal modo se parecía a Simón.

Hay también otro tercer amante, despreciado de aquella primera dama, que corría en las primeras escenas las calles de Madrid; y de todos estos amoríos, que se cruzan, dimanan sucesos de todas clases: se confunden entre dos damas tapadas, y una escucha desde una puerta inmediata palabras, que, por equivocación, se dirigen á su rival; el galán se esconde, porque oye ruido; es descubierto el segundo, y surge un desafío, interrumpido por la llegada del hermano; y después de otras complicaciones análogas, se desata el enredo de la misma manera que se ha formado, terminando con dos ó tres casamientos, sin contar el del gracioso con la criada.

Al contrario, bueno es que ostente la hermosura, que es obra de Dios; y la mujer que se esconde y no sale, impide que se admire una obra de Dios, cual es la hermosura. Esa joven es un ejemplar prodigioso de las hechuras de Dios, y haciendo que todos la vean es como se publican las alabanzas del autor de tantas maravillas.

Habitualmente encuentro muy bien al señor Boulmet, pero hoy me es sencillamente odioso... Su cráneo desnudo me parecía el receptáculo de un mundo infinito de malos pensamientos; aquellas dos cositas brillantes que esconde bajo sus anteojos de oro despedían para fulgores satánicos, y hasta su bigote gris, de aspecto ordinariamente bondadoso, tomó a mis ojos una significación agresiva.

15 El ojo del adúltero está aguardando la noche, diciendo: No me verá nadie; y esconde su rostro. 16 En las tinieblas minan las casas, que de día para señalaron; no conocen la luz. 18 Son livianos sobre las aguas; su porción es maldita en la tierra; nunca vienen por el camino de las viñas. 21 A la mujer estéril que no concebía, afligió; y a la viuda nunca hizo bien.

Cuento con un medio, un medio facilísimo, infalible, de abrirme paso hasta nuestra paisana; nuestra paisana me recibiria; no se me esconde que esta entrevista seria tal vez la única página interesante de estos desaliñados apuntes; pero aquel palacio negruzco, casi agorero, me infunde temor, tanto temor, que no me acude ánimo ni para describirlo.

Señorito mío, no se la eche de tan sabio, que yo he pasado muchas horas de noche y de día mirando al cielo, y cómo está gobernada toda esa máquina.... La tierra está abajo, toda llena de islitas grandes y chicas. El sol sale por allá y se esconde por allí. Es el palacio de Dios. ¡Qué tonta! ¿Y por qué no ha de ser así? ¡Ay!

En una isla pequeña despoblada Saltando, un fuerte hace de repente: La gente Lusitana congregada Le envía á ofrecer alegremente, Que de ellos ha de ser muy regalada, Que lleve donde estan toda su gente. No quiere sus regalos, les responde, Y la plata tierra bien la esconde.