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Actualizado: 5 de julio de 2025
Aunque él no le vio la cara, admiró la gracia y gallardía de su andar, la esbeltez y elegancia de su talle, cierto inefable prestigio seductor que como nimbo luminoso la circundaba, y la aristocrática belleza de sus blancas, lindas y bien cuidadas manos. La dama quiso ver cuanto de más rico en el bazar había.
Lázaro conocía hasta dónde llegaban el sutil ingenio de la niña y su candidez exenta de mojigatería; no se le ocultaba ninguna excelencia de condición y carácter; pero aquella noche se dijo que desde meses atrás hubiera podido dar detalles sobre la esbeltez del cuerpo, la pequeñez del pié, la roja frescura de la boca, o el delicioso mirar de las pupilas de Josefina.
Iban llegando con pocos días de separación vapores de diversas clases y nacionalidades. Los había que delataban su origen aristocrático en las líneas finas de la proa, la esbeltez de las chimeneas y el color todavía blanco de los pisos superiores. Eran iguales á los corceles de gran precio que la guerra había transformado en simples caballos de batalla.
Una de ellas, creyendo el asiento más alto, se sentó de golpe sobre un montón de tejas. Eran de las macizas y mejores de Lucena. Tres vimos rotas. Ella nos dijo con encantadora modestia que ya, antes de la caída, lo estaban. No se entienda, por lo dicho, nada que amengüe o desfigure en lo más mínimo la esbeltez y gentileza de mis paisanas.
No hay culpa que el Señor no perdone por su intercesión... Vamos, déjese de lloros, que ahora va a confesarse y todo queda perdonado. Después de serenarse un poco la niña, siguieron marchando. Y llegaron a cierta plazuela no muy espaciosa, donde se alzaba la fachada parda y severa de una gran iglesia que no llamaba la atención por su esbeltez ni por otra cualidad buena o mala.
Detrás venía la hija, hecha un sol, con su lindo vestido de seda chinesca, su mantilla de madroños, su alta peineta de concha y un montón de claveles junto a la peineta. Como el vestido era alto, Juanita no llevaba pañuelo y mostraba toda la gallardía y esbeltez de su talle.
Era más alta que él, de una esbeltez elegante y armoniosa. «Tiene el paso musical», decía Desnoyers al evocar su imagen. Y lo primero que admiró al volverla á ver fué el ritmo suelto, juguetón y gracioso con que marchaba por el jardín buscando nuevo asiento. Su rostro no era de trazos regulares, pero tenía una gracia picante: un verdadero rostro de parisiense.
En un canapé de paja y sentada entre la chimenea y la alcoba, hay una mujer que parece joven a pesar de sus treinta y cinco años cumplidos. Aún conserva su talle la esbeltez de la niña de quince años, y sus ojos negros, la vivacidad y expresión de tiempos pasados.
La esbeltez de los talles, la exuberancia de los bustos, todos sus encantos y atractivos, estaban realzados, favorecidos, expuestos, y como ofreciéndose con la premeditación de un arte seductor y diabólico.
La capital dominadora y triunfante parecía abrumar el espacio con su pesada grandeza. Reía, destacándose sobre el azul del cielo, con el temblor de las grandes vidrieras de sus palacios heridas por el sol, con la blancura de sus muros, con el verde rumoroso de sus jardines, con la esbeltez de las torres de sus iglesias.
Palabra del Dia
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