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Ulises se había entusiasmado como navegante al ver su proa alta y afilada dispuesta á afrontar los peores mares, su esbeltez de buque veloz, sus máquinas sobradamente poderosas para un vapor de carga, todas las condiciones que le habían hecho servir de correo durante varios años. Consumía demasiado combustible para dedicarse con ganancia al transporte de mercancías.

A no estar trastornado por sus preocupaciones, don Juan hubiese comprendido mirándola, que la esbeltez de aquella mujer era incompatible con la maternidad. Cuando aumentó repentinamente la intensidad del alumbrado, Julia y el chico lanzaron a dúo un ¡aah! formidable. Cristeta se sonrió, y a don Juan le pareció que de aquella sonrisa había brotado la claridad.

Lo demás, lo que se refería a la esbeltez, lo había hecho la raza, decía doña Anuncia, que se picaba de esbelta, porque era delgada.

Las paredes las formaban un enrejado de bambú forrado de seda amarilla; el sol, pasando a través de ellas, proyectaba una luz sobrenatural de ópalo claro. En el centro, un diván de seda blanca, de una poesía de nube matutina, atraía como un lecho nupcial. En los rincones, en preciosos jarrones transparentes de la época de Yeng, alzábanse, con su esbeltez aristocrática, lirios escarlata del Japón.

Ella los acentuaba en cambio briosamente, gozándose en las actitudes donde la esbeltez y la flexibilidad de su cuerpo se mostraban a cada instante de un modo hechicero.

Llevaba aquel día su vestido más elegante y los movimientos forzados que hacía descubrían toda la esbeltez de la figura, la graciosa flexibilidad del talle, la exquisita morbidez de sus pechos y de sus caderas. De pie a su lado, Delaberge le ayudaba lo mejor que podía.

Esta magnífica armazon, de veinte y dos codos de altura hasta su remate, daba su nombre á la parte de fábrica que ocupaba, mas magnífica aun que su contenido y que el nuevo trozo de la nave central que iba desde la antigua hasta la moderna quibla, que era rico en sumo grado por las labores y dorados de sus capiteles y pilastras . La fábrica en que se armaba la Maksurah propiamente dicha formaba en su planta un gran rectángulo partido en tres, casi cuadrados, sobre los cuales se levantaban tres domos bizantinos de peregrina esbeltez.

Ninguna le igualaba en esbeltez y delicadeza: vestía con suma gracia y sencillez, y bailaba el minueto da una manera tan sutil y ligera, que aparecía del modo menos terrestre que es posible en la figura humana.

En resumen: el Patio del Colegio del Arzobispo, por su esbeltez general, por lo fino y sobrio de su ornamentación, y por lo correcto y puro de sus menores detalles, es un verdadero prodigio de arquitectura y escultura, y merecería el metafórico dictado de «obra ática del estilo plateresco», si pudiese hablarse de este modo.

Su cuello se inclinaba hacia delante con una esbeltez anémica, una fragilidad que marcaba bajo la piel los tendones y arterias, dilatados por la tenue emisión de la voz. De pronto, la cara invisible se volvió hacia ellos, como si acabase de notar su presencia.