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¿Y trasladarle a Vetusta?... decía el militar. ¡Imposible! ¡Ni soñarlo! ¿Y para qué? Morirá esta tarde de fijo. Somoza solía equivocarse, anticipando la muerte a sus enfermos. Esta vez se equivocó dándole a don Víctor más tiempo de vida del que le otorgó la bala de don Álvaro. Murió Quintanar a las once de la mañana. El mes de Mayo fue digno de su nombre aquel año en Vetusta. ¡Cosa rara!

Pero la señora de Aymaret no pareció ni admirada ni enojada, porque desde el día que vio cómo Beatriz rechazara las proposiciones de Pierrepont, quedó convencida, por el lenguaje un tanto equívoco y las semi-confidencias de su amiga, de que ella tenía algún oculto amor, y a fuerza de reflexionar vino a dar en la flor de que entre todos los huéspedes de los Genets únicamente Jacques Fabrice, gracias a su talento y a su renombre, podía justificar la pasión de que Beatriz parecía dominada.

No necesitas decirme nada, porque, como si hubiera estado yo escondidita detrás de una cortina, todo lo que hablasteis... ¿A que no me equivoco? Pues te dijo que lo que a me pasa es por mi maldita costumbre de no llevar cuentas. No hay quien le apee de esa necedad.

Unívoco es el que tiene para muchos un significado idéntico: como hombre, animal, corpóreo. Equívoco es el que lo tiene diferente, como leon, que expresa un animal y un signo celeste.

La generala, a cada nuevo equívoco o reticencia, mostraba mayor alegría, se desternillaba de risa y daba pie con sus ingeniosas y picarescas respuestas a que el joven se engolfase cada vez más adentro. Ya no pensó más en cambiar de sitio; se encontraba admirablemente a los pies de Lucía. La generala quería averiguar quién era la máscara que tantas y tantas buenas cosas sabía.

A veces el asunto de las chambras y de las tiras bordadas le conmovía tan profundamente, que sin poder contenerse, después de cerciorarse con rápida mirada de que nadie cruzaba por la calle, abrazaba a su esposa con efusión y le aplicaba un beso en la mejilla. Cierta noche se equivocó.

No; los he visto al resplandor de un relámpago, mientras hablabais con el señor Cornelio. ¿Tendremos que virar en redondo y emprender otra vez la lucha con la tempestad? No, Capitán. Aquí encontraremos un refugio mejor que el que pudiera ofrecernos una bahía en la costa australiana. Si no me equivoco, he visto un atol, y hasta árboles. ¿Está abierto el atol?

Si no me equivoco, solo el poder de la Divinidad alcanza á descubrir, ya por medio de palabras proferidas, ó por signo, ó emblema, los secretos que pudieran estar sepultados en un corazón humano. El corazón que se hace reo de tales secretos, tiene por fuerza que conservarlos, hasta el día en que todas las cosas ocultas se revelarán.

No me equivoco; aquí entró alguien. Lucido, lucido papel estoy haciendo. ¡Dios mío! ¿De qué le vale a uno el poner su honor por encima de todas las cosas? Viene un cualquiera y lo pisotea, y lo llena de inmundicia. Y no le basta a uno vigilar, vigilar, vigilar.

No si me equivoco; pero esto es lo que me dicta mi sentimiento, ageno á toda preocupacion de envidia, de odio ó de historia. Es un arte magnífico, colosal; pero le falta un no qué de arte. Despues de examinar las estátuas, me interné en el paseo, y vi con mucho gusto á varias familias artesanas haciendo labores manuales, bajo los árboles de las glorietas.