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Actualizado: 29 de junio de 2025


Á pesar de su vocación metafísica y de la atención intensa que necesitaba para desenvolver sus intrincados razonamientos, jamás se equivocaba en el número de vasos de sidra ó vino que escanciaba á los parroquianos.

Blasillo no se equivocaba, porque apenas había terminado de hablar, cuando un cañonazo lejano se oyó, después otro y después otro. Finalmente, advirtieron un vivo cañoneo. Eran los valientes de Massareo que destruían la otra tartana. ¡Por los santos del paraíso! exclamó el ardiente joven , ya habla el cañón.

Los seis hombres que estaban sobre su pecho tiraron de la cuerda con un esfuerzo regular y prudente para evitar que él despertase. Sintió que lo que subían no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez metálica. La barra de acero que desean clavarme en el corazón pensó el gigante. No se equivocaba.

D. Pantaleón bajó los párpados, manifestando de este modo solemne y augusto que su esposa no se equivocaba acerca del estado de su espíritu en aquella ocasión. Me respondió que no tenía inconveniente en que lo presentasen con tal que fuese por medio de una persona respetable. ¿Te parece bien D. Laureano? Perfectamente. Pues ya está hecho.

Luego sonó la campanilla y D. José fue a abrir. Fortunata creyó que era Encarnación que volvía de la plazuela; pero se equivocaba. No tardó en oír cuchicheos en la puerta. ¿Quién sería? Después sintió pasos y un chillar de botas que la hicieron estremecer, y se quedó muda de terror al ver en la puerta a Maximiliano. Era él; así lo afirmó después de dudarlo un momento.

Mírame todo lo que quieras, Lorenzo, si no he dicho una blasfemia. Te miro asombrado, sencillamente; creí que ibas a formular una protesta de respeto, de reverencia para las madres y vi en seguida que me equivocaba... una vez más.

A medida que ella le iba nombrando las flores las cortaba él dócilmente, alguna vez se equivocaba y la viuda le reñía... De pie en medio de los caminillos del jardín, al viento los cabellos, relucientes los ojos en la sombra de su sombrero de paja, la señora Liénard, apretando contra el pecho el ramo ya voluminoso de sus flores, le iba dando sus indicaciones con voz límpida y musical.

Trataron de acercárseles con sus hachas de piedra en la mano y dando saltos como monos; pero Van-Stael no les dejó tiempo para que llegaran hasta ellos. Una lluvia de balines cayó sobre aquel grupo de hombres. No hacía falta más para ponerles en fuga. Todos huyeron a la desesperada en dirección al bosque, dando alaridos. ¿Me equivocaba? preguntó el Capitán. No, tío dijo Cornelio.

Habrase dicho lo bastante, y aún demasiado, dejando entender que para él el amor no era otra cosa que el deseo, la virtud de la mujer el deseo satisfecho. El señor de Maurescamp se equivocaba de fecha: habría podido tener razón para sus teorías en aquella época en que el hombre y la mujer apenas se diferenciaban de las bestias.

¡Pobre joven! murmuró el P. Fernandez, sintiendo que sus ojos se humedecían; ¡te envidio á los jesuitas que te han educado! El P. Fernandez se equivocaba de medio en medio; los jesuitas renegaban de Isagani y cuando á la tarde supieron que había sido preso, dijeron que les comprometía. ¡Ese joven se pierde y nos va á hacer daño! ¡Que se sepa que de aquí no ha aprendido esas ideas!

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