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Actualizado: 23 de junio de 2025


Era tan perfectamente cándido e ignorante, que el primer despertar de ciertos impulsos en medio de mis ingenuidades me fue señalado por una inquieta mirada de mi tía y una equívoca y curiosa sonrisa de Oliverio. Pensé que era vigilado y me vino el deseo de averiguar la causa de aquella vigilancia. Fue una falsa sospecha que por primera vez en la vida me hizo ruborizar.

Comíale el prurito de la solemnidad y de las grandes frases, y más de una vez le arrastraron sus obsesiones parlamentarias al extremo de replicar a su mujer en un diálogo prosaico sobre temas de cocina, con un «¡Su señoría se equivocaque, por lo campanudo y resonante, hubieran envidiado los más famosos adalides del Congreso.

El discernimiento sólo se alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».

El que crea ver en aquellos el reflejo de los antiguos y silenciosos moradores de la celda ó los revoltosos señores de abadías, se equivoca soberanamente; ni tienen la maliciosa reserva y maquiavélica intención del claustro de la Edad Media, ni la turbulencia y fueros de los guerreros-frailes de la Reconquista, feudales señores de almena y mesnada, de cuchillo y caldera.

Figuraos rodeados de una dilatada planicie como de blanca ceniza, siempre solitaria, arena equívoca cuya falsa suavidad constituye el lazo más peligroso. Es y no es la tierra, es y no es el mar, ni tampoco es dulce el agua, aunque por debajo los arroyuelos trabajen el suelo incesantemente. Raras veces, y sólo por cortos instantes, una embarcación se aventuraría en aquellos sitios.

Y no se equivoca después de todo, pues aun después de nuestra audaz tentativa estamos á merced de los sucesos y de los individuos y va á ser preciso que mismo aparezcas para confundirle y desenmascarar á su cómplice. Lo lograré, estoy seguro, dijo Jacobo con firmeza. No habréis hecho por inútilmente lo que habéis hecho.

Todo esto se lo decía en voz gutural don Custodio á su vecino Ben Zayb gesticulando, encogiéndose de hombros, consultando de tiempo en tiempo con la mirada á los demás que hacían movimientos ambiguos de cabeza. El canónigo Irene se permitía una sonrisa bastante equívoca que medio ocultaba con la mano al acariciar su nariz.

El señor Laubepin no cesaba de clavar en su mirada penetrante y equívoca, en tanto que su esposa tomaba, al ofrecerme cada plato, el tono doloroso y lastimero que se afecta cerca del lecho de un enfermo. En fin, nos levantamos y el viejo notario me introdujo en su gabinete, donde al momento se nos sirvió el café.

Y no solo, entre otros, se equivoca en esto Tiraboschi, sino también cuando sostiene que no existe composición alguna dramática en las colecciones más completas de poemas provenzales.

Aquel matrimonio honrado, rico y pacífico se placía, no obstante, en acudir todas las noches á una reunión de gente demasiado alegre y de posición equívoca. Porque Antonio Robledo, administrador de una empresa de diligencias, no estaba casado con María-Manuela, aunque hacía tres años que vivía maritalmente con ella, y Velázquez, dueño del establecimiento, tampoco lo estaba con Soledad.

Palabra del Dia

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