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Actualizado: 19 de junio de 2025
Godfrey, como todos los demás, pasó el tiempo en recoger y discutir las noticias y en ir a visitar las canteras. La lluvia había hecho desaparecer toda probabilidad de distinguir los pasos; pero un examen minucioso del sitio había hecho descubrir, en dirección opuesta a la aldea, una caja de yesca medio enterrada en el lodo y que contenía un eslabón y un pedernal.
Luego de enterrada su amiga, Valeria se marchó a Galicia con los niños, aposentándose en la casa de Rivaria. Su primer cuidado, después de arregladas las cosas necesarias a la vida, fue observar la índole y carácter de los colonos, marido y mujer, de quienes Susana había dicho que nunca pagaban el arrendamiento. Afortunadamente, él, como buen gallego, era muy listo, y ella se pasaba de buena.
Permaneció algunos minutos inmóvil contemplándola. Sobre la losa estaba escrito con caracteres negros este nombre: ISABEL MARTÍNEZ DE ALCAZAR. Debajo de él estas dos fechas separadas por un guión: 1842-1883, que indicaban sin duda las del nacimiento y la muerte de la persona allí enterrada. Había sobre la losa algunas flores marchitas.
Sus pasos huecos, en la soledad de la capilla, tienen una vaga resonancia, y las palabras un misterio de sombra. ¿Dónde está enterrada? Esta losa la cubre, señor. Es preciso que la levantemos, Don Manuelito. ¡Quiero verla! Nuestras fuerzas no bastan, señor. ¡Piedra, piedra, levántate! Don Juan Manuel se arrodilla ante la sepultura, y entenebrecido, y suspirante, reza en voz baja.
Toda la comarca congregada en duelo, enviaba, en alas del viento, un prolongado y general gemido. Nada había dispuesto en el cementerio para una sepultura definitiva. La muerte nos había sorprendido sin tumba. Pero no tuvo tiempo de hacerlo; solamente había indicado vagamente alguna vez el deseo de ser enterrada en Saint-Point.
Y he aquí que los azares administrativos le volvían a este pueblo perdido en el fondo de los bosques; he aquí que los detalles, el aire ambiente, la fisonomía del camino tantas veces hecho en otros tiempos, evocaban en su espíritu la imagen de la señora Miguelina, que él creía enterrada bajo el más absoluto olvido... Pero la muerte tan sólo puede producir el verdadero y total olvido.
Sondeaba ahora el corazón del pobre ministro como un minero cava la tierra en busca de oro; ó un sepulturero una fosa en busca de una joya enterrada con un cadáver, para encontrar al fin solamente huesos y corrupción. ¡Ojalá que, para beneficio de su alma, hubiera sido esto lo que Chillingworth buscaba!
Cuando usted me refirió el desastre de su muerte, me pareció como si yo misma hubiera perdido ese tesoro de bondad y hermosura. Y al saber que estaba enterrada en la ciudad donde paso una parte de mi vida, formé el propósito de ir a rezar delante de su tumba.
En Tinian se conservan bastante bien 12 pirámides, que en conjunto formaron, según la tradición, la casa de Taga, personaje que por su carácter turbulento figura en la historia de las islas. De dicho Taga se cuenta tenía una hija muy hermosa, la cual, después de muerta, fué cubierta entre harina de arroz y enterrada en una de aquellas columnatas.
Buscaba Gómez, mientras tanto, con la cabeza baja examinando el suelo. Su instinto de hombre de campo, habituado a estudiar los más pequeños accidentes de la inmensa llanura argentina, su con los maravillosos «rastreadores», adivinos de la Pampa, le hizo encontrar la explicación de este misterio. Señaló a algunos pasos un diminuto orificio abierto en el suelo. Allí estaba enterrada la bala. Mostró después un guijarro partido recientemente, a juzgar por la blancura interior de sus fragmentos.
Palabra del Dia
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