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Actualizado: 3 de junio de 2025
Su primera salida quiso hacerla á pie: había ido á la corte para enterarse de todo, y lo conseguiría mejor así que encerrado en un carruaje.
Cuando me detuve un instante á respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano. De todas maneras, aunque papá no se entere, hice una cosa muy mala.
Para ella no había ya alemanes, ni ingleses, ni franceses; sólo existían hombres: hombres con madres, con esposas, con hijas; y su alma de mujer se horrorizaba al pensar en los combates y las matanzas. Odiaba la guerra. El primer remordimiento lo había experimentado al enterarse de la muerte del hijo de Ferragut.
Miguel había asistido á esta lucha, irritante para él. Todas las tardes, al entrar en el Casino, se insultaba en su interior, como si cometiese un acto vil. ¿Por qué asistía á los hechos de esta loca?... Ella no parecía enterarse de su presencia: una mirada al principio, una sonrisa, y en las horas restantes sólo tenía ojos para el juego y para los croupiers.
Ha perdido todo interés para mí... Porque le advierto, Fernando, que la tal señora, mi vecina de camarote, murió hace un mes en París, y es su cadáver el que viene con nosotros a Buenos Aires. Acababa Isidro de enterarse. El mayordomo del buque le había revelado el secreto viendo próximo el término del viaje. La pobre señora tenía un nombre poético un tanto raro: doña Matutina Flores.
Indudablemente, se marchaban las de Lizamendi, aprovechando la ausencia de Aresti y querían despedirse de las señoras. Al quedar solos los dos hombres, el medicó se aproximo á su primo. Les dejarían solos muy poco tiempo y deseaba enterarse de la verdadera situación del millonario. ¿Cómo vivía en su casa? ¿Era feliz?... Sánchez Morueta sólo supo hablar de su mujer.
Para festejar el éxito y también para enterarse por sí mismo de las reformas que debían llevarse a cabo a fin de que la mina produjese lo que tenía pensado, proyectó una excursión con los ingenieros y algunas personas de su intimidad. Al principio no pensó en llevar consigo más de ocho o diez.
Era su mejor amigo; además, era español, y tenía el deber de servirle en la circunstancia más importante de su vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor quedó estupefacto al enterarse de que se casaba con la hija del jardinero. ¡Una muchacha que podía ser su nieta!... Era desafiar al destino, correr á sus años en busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre.
Pero el hilo de brillantes palabras se le escapaba otra vez, y obligado á improvisar, terminó solemnemente: ¡Adelante, señores! El honor... es el honor; y las leyes de los caballeros... son las leyes de los caballeros. Sonó á sus espaldas un murmullo de aprobación. Era la voz del antiguo revendedor de billetes de teatro. «¡Bravo! ¡Muy bien!» Pero no quiso enterarse.
Don Juan I.º oyó la demanda de boca de los judíos; i como estaba ocupado en enterarse de los negocios del estado, i en lo que se trabajaba en las Cortes, i era al fin rei nuevo, no paró su consideracion en lo que de él se solicitaba, i así sin saber lo que hacia, dió el albalá para que su alguacil dispusiese la muerte de los acusados de malsines.
Palabra del Dia
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