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Después guardó la cartera, cerró el cajón, y recostándose en el sillón, permaneció largo rato ensimismado y como abstraído por sus pensamientos.

Tristán se mostraba sobrio de palabras y ensimismado. ¿Qué es eso...? Parece que estás de mal humor. Nada tengo distinto de otros días. En general no encuentro en la vida grandes motivos para estar muy contento. Así hablan solamente los que son demasiado felices en este mundo. ¿Lo cree usted? preguntó distraidamente el joven. Sin duda; y tu ejemplo me lo confirma.

A ratos, fragmentariamente, charlan Verdú y Azorín. Largos silencios entrecortan los coloquios. Un jilguero, colgado en el patio, canta en arpegios cristalinos. Y en un rincón, ensimismado, encogido, triste, muy triste, callado siempre, un viejo que viene invariablemente todas las tardes, se acaricia con un gesto automático sus claras patillas blancas.

He aquí el lance: Cuéntase que cuando el virrey don Fernando de Toledo vino de España, trajo como capellán de su casa y persona a un clérigo un tanto ensimismado, disputador y atrabiliario, al cual el arzobispo creyó oportuno encarcelar, seguir juicio y sentenciar a que regresase a la metrópoli.

Quiero ser su providencia y su amparo más allá de la muerte, sin que mi nombre caiga de su corazón, ennegrecido por la sombra de mis culpas.... Para ella quiero ser siempre bueno... ¡siempre! Quedóse el de Luzmela ensimismado; ardía en sus ojos la luz de la esperanza con radiante expresión.

No hablaba el Conde, sin embargo, porque estaba ensimismado e imaginativo. El poeta, por lo regular era quien hacía el mayor gasto de palabras cuando no hablaba el Conde. Aquella noche el poeta estaba en vena. Charlaba mucho, decía mil jocosidades, se las reían, y él era de los que se embriagaban con hablar y con ser aplaudidos, más que bebiendo vinos y licores.

«¡Pobre Flor de Río Negro! siguió diciéndose . Debo ir mañana á implorar su perdón, si es que se digna escucharmeEntró en la Presa ensimismado, dejándose llevar por el instinto de su cabalgadura; pero de pronto notó que ésta quería detenerse, y al levantar su cabeza se dió cuenta de que estaba ante la casa de la Torrebianca.

Durante varias noches observó Cristeta que su amante volvía a estar caviloso, y que sus impulsos amorosos sufrían intervalos en los cuales se quedaba ensimismado y triste. La verdad era que al pobre conquistador le costaba esfuerzo y pena fingir preocupación y mal humor: lo de tener que ponerse melancólico entre dos caricias, le iba pareciendo intolerable.

Su cabeza hacía recordar las de los atletas griegos tales como las ha eternizado la escultura, tipo que reaparece con una frecuencia inexplicable en las razas nórdicas de Europa: la nariz recta, la cabellera de cortos rizos invadiendo la frente baja y ancha, el cuello vigoroso. Se hallaba tan ensimismado en el estudio de sus papeles, que no vió llegar á Flor de Río Negro.

Un día, siendo yo niño, me llevó en Madrid a una reunión de músicos amigos que ejecutaban para ellos solos el famoso Septimino. ¿Lo conoce usted? La obra más «fresca» y más graciosa de Beethoven. Recuerdo a mi padrino saliendo de la audición ensimismado, con la cabeza baja, tirando de , que apenas podía seguir sus grandes zancadas.