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Actualizado: 23 de junio de 2025


Al ver la misma luna, cual antes argentada, la antigua melancolía siento en renacer; despiertan mil recuerdos de amor y jurada... Un patio, una azotea, la playa, una enramada, silencios y suspiros, rubores de placer...

¡Ni lo que haya puesto Garona!... Vaya sacando, amiga. ¿Quiere?... Yo ya vengo dijo desde la puerta Baldomero, teniendo del cabestro su azulejo al que le había sacado el cojinillo. Mientras se disponía la mesa bajo la enramada del poniente, los tres amigos salieron a «estirar las piernas» por las inmediaciones. ¿Por qué no llevan la escopeta? Don Melchor... puede que encuentren algo...

La primavera ha cubierto de verde follaje la desnuda vegetación invernal. Se oyen entre la enramada píos de amor. Todo es vitalidad, alegría, florescencia. La muchedumbre urbana invade el hipódromo, a presenciar la gran carrera del año. La tribuna popular forma una masa compacta, densa, apretada, inmóvil casi por falta de espacio para moverse, rebullendo sobre misma.

El Paseo Grande era ya todo perfumes, frescura y cánticos al amanecer. Los pájaros, saltando de rama en rama preparaban los nidos para los huevos de Abril; se diría que eran tapiceros de la enramada que adornaban los salones del Paseo Grande para las fiestas de la primavera. Empezaba Marzo con calores de Junio; desde muy temprano calentaba y picaba el sol.

En tanto, pues, que esto pasaba Sancho, estaba don Quijote mirando cómo, por una parte de la enramada, entraban hasta doce labradores sobre doce hermosísimas yeguas, con ricos y vistosos jaeces de campo y con muchos cascabeles en los petrales, y todos vestidos de regocijo y fiestas; los cuales, en concertado tropel, corrieron no una, sino muchas carreras por el prado, con regocijada algazara y grita, diciendo: ¡Vivan Camacho y Quiteria: él tan rico como ella hermosa, y ella la más hermosa del mundo!

Ya se figuraba ver escribiéndolos a un elegantísimo y joven brahman, no lejos de su magnífica quinta, bajo verde enramada, en las fértiles orillas del Kausikí, ya que los componía en su propio alcázar el príncipe heredero de Ayosia, de Cachemira o de cualquiera otro de los reinos y países que describen las antiguas epopeyas.

El arroyo no es más que una larga calle abierta en el espesor del bosque; la superficie líquida, sombreada por las bóvedas de árboles, está unida como un cristal; solo los oblicuos rayos de luz que en algunos puntos agujerean la espesa enramada, hacen brillar como pepitas de oro los más pequeños insectos y hasta el polen de las plantas; las lianas que se mojan en el agua la rayan con pequeñitos surcos negros donde vacila un instante la imagen de las ramas.

«Ya tengo el don de lágrimas, leyó el Magistral en voz alta como diciéndoselo a jilgueros y gorriones, petirrojos y demás vecinos de la enramada, ya lloro, amigo mío por algo más que mis penas; lloro de amor, llena el alma de la presencia del Señor a quien usted y la santa querida me enseñaron a conocer. En fin, de esto ya le hablé.

De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramada muchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hasta veinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos de delgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de varias colores de fina seda; y al que los guiaba, que era un ligero mancebo, preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de los danzantes.

No hay en desnudez que ella no compense con sus brillantes galas, no derramo una lágrima que ella no recoja con amor para fecundar mi vega, no exhalo un acento de dolor á que ella no conteste con la dulce voz de las brisas, el murmullo de las aguas y los melodiosos trinos del ave que canta en la enramada. ¡Gracias mil te sean dadas, naturaleza bienhechora! , eres mi reina y mi consuelo.

Palabra del Dia

lanterna

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