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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Unos con rabia atroz, otros con llanto, alzan al cielo punzador gemido, y el de unos en el de otros confundido, en concierto infernal, que crece y crece como el mar al alzarse enfurecido, hacen llegar sin tregua hasta mi oido un grito de dolor que me enloquece. Por fin, tras largas horas de ignorado martirio, el mal se aleja trocándose en hondísima amargura que ya nunca me deja.

Casi iban a reñir, con la furia de sus opiniones encontradas y su rivalidad amorosa, cuando el Cantó distrajo su atención. Se había librado del tamboril incrustado en su cabeza y se limpiaba la sangre de la frente. Lloraba con la rabia del débil enfurecido, capaz de las mayores venganzas, pero que se siente al mismo tiempo esclavo de su impotencia. ¡A ! ¡a ! gemía asombrado de este ataque.

Nunca había visto el mar tan enfurecido. Afortunadamente que esas olas sólo esparcían sobre nosotros el líquido de sus crestas, ó si no, la corbeta habría sido tragada... En tan terrible combate quedó inmóvil, no sabiendo á quién obedecer.

Afligida y desconsolada la gente, suplicó al Mapono preguntase á sus dioses la causa de este infortunio. A que respondieron que ya lo sabían, y era, que llevando al cielo el alma de un niño, cuyo padre vivía allí, trató con poca reverencia á Tatusiso, y no se quiso dejar limpiar, por lo cual, enfurecido aquel dios, la echó en el río.

Apenas le divisaron los paisanos, cuando se pusieron en fuga, y de ellos detuvieron á algunos los compañeros del Padre, no sin riesgo, porque enfurecido un bárbaro, descargó en la cabeza de un muchacho cristiano tan fiero golpe, con una hacheta de piedra, que si Dios por su misericordia no hubiera permitido que errase el golpe, se la hubiera partido por medio.

Y enfurecido contra los clérigos de la catedral, que parecían acoger con buen gusto el Concordato y sus sueldos, satisfechos de salir bien librados de la tormenta revolucionaria, se aislaba en el jardín, cerrando la puerta de la verja y rehuyendo las tertulias de otros tiempos. Aquel pequeño mundo vegetal no cambiaba.

Nadie lo esperaba, pero fué proclamado, miéntras que aun estaba durmiendo Zadig. Volvióse Astarte á Babilonia atónita y desesperada. Casi vacío estaba todo el anfiteatro quando despertó Zadig, y buscando sus armas se encontró con las verdes en su lugar. Vióse precisado á revestirse de ellas, no teniendo otra cosa de que echar mano. Armase atónito, indignado y enfurecido, y sale con este arreo.

Por eso las palabras «padre», «madre», «hijo», «amigo», eran las únicas que dominaban aquella triste armonía de suspiros y sollozos. ¡Terrible debía ser la pena que hacía humedecerse aquellos ojos acostumbrados á contemplar serenos la muerte todos los días entre los abismos del enfurecido mar!

11 Y muchas veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. 12 En lo cual ocupado, yendo a Damasco con potestad y comisión de los príncipes de los sacerdotes,

Ruge el viento enfurecido En la blanquecina vela, Mientras ligero revuela Del corsario el pabellon. Sentado un hombre en la popa El ancho rio admirando Meditabundo fumando, Entre una nube se : Es su frente ancha y altiva, Es tostado su semblante, Es su mirar penetrante Y su brazo de temer.

Palabra del Dia

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