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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Cenarás lo que te den replicó ella pasando de la pena al enfado . Es una mala educación pedir lo que no hay. El año pasado dijo Mariano con rudeza y desdén mi tía la Sanguijuelera tenía besugo, y pimientos encarnados, y turrón de frutas, y lombarda, y una granada de este tamaño. Yo me la comí toda. ¡Estaba más rica...!». Ceñuda y pensativa, Isidora puso la mesa.
Al levantar ella sus ojos, vio a Fernando encuadrado por la ventana, contemplándola fijamente, y tuvo un gesto de enfado, lo mismo que si se encontrase con algo que estremecía sus nervios y quebrantaba su paciencia.
Vamos, juraría yo que ha conocido usted á algún muchachuelo ... Eso no tiene nada de particular, hija mía: para eso es la juventud. Eso no tiene nada de particular. ¡Bah! no se ponga usted encarnada. Por las llagas de Jesucristo, que no me enfado yo por eso ... no.
La Reina acabó por enfadarse de encontrarlos siempre a su paso cuando salía del alcázar e iba a cualquiera parte. El temor de que sobreviniese un conflicto aumentaba su enfado. La Reina volvió entonces a reprender a doña Sol y esta alegó que ya no tenía culpa.
Adelantóse éste y presentó en una salvilla de plata una tarjeta, que el Príncipe de la Iglesia tomó con cierto gesto de enfado. Si al leer en ella: "El Conde Fabricio de Portinaris" experimentó alguna sorpresa, pudo dominarla en seguida, pues con tono tranquilo dijo al notario: Ramponelli, mañana terminaremos. Puede Vd. retirarse.
A raíz de aquel suceso, me pusiste mala cara, y tardó bastante en pasársete el enfado; pero creí que ya me habías perdonado, en gracia a que tú mismo tuviste la culpa de lo que te pasó entonces. De sobra lo sé y nunca te guardé rencor por ello.
Al llegar a ella, el joven se entró con cautela, sacó sus borceguíes y dejó otra vez la puerta entornada, sin echar la llave. Algo más lejos se sentó sobre una piedra y se calzó. Ahora ya te puedo decir, Rosita, que me iba haciendo un daño terrible. ¡Si es más testarudo! repuso ella con una mueca de enfado. Emprendieron otra vez el camino con brío.
¡Oh!, sí, señora. ¡D. Diego es tan bueno...! Y nos trata como si fuéramos todos iguales. ¡Como si fuerais iguales! exclamó doña María con ligeras muestras de enfado. No..., vamos al decir... indiqué corrigiendo mi lapsus . D. Diego es un caballero, y nosotros unos badulaques..., quiero decir que nos trataba sin tiranía... ¡Pobre D. Diego!
Oyes, chica, ¿qué es lo que tienes? ¿Te dura todavía el enfado? ¿A mí? ¡Ca! Yo no puedo enfadarme contigo. Estas palabras parecían un testimonio de cariño y confianza. Sin embargo, las pronunció en un tono tan extraño, que la Amparo se la quedó mirando fijamente antes de replicar.
Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron estas palabras. ¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento, sintió la necesidad de pedir nuevos detalles. ¿No le habían indicado una hora?... No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una palabra más. Esa señorita casi se enfadó porque le pedí aclaraciones. Ya le he dicho que la intimidad tiene su mal carácter... como todas.
Palabra del Dia
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