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Actualizado: 5 de mayo de 2025
El color subido de ladrillo era uniforme, con ligeros cambiantes, y general en todo; en la tierra y las casas, en el hierro y en los vestidos. Las mujeres ocupadas en lavar parecían una pléyade de equívocas ninfas de barro ferruginoso crudo. Por la cañada abajo, en dirección al río, corría un arroyo de agua encarnada.
DULCE DE SANDÍA. Se quita la corteza de la sandía y la parte encarnada; de la parte blanca de junto a la corteza se cortan unos trocitos como dados y se meten en agua hirviendo; se tienen un cuarto de hora y se sacan al agua fría, teniéndolos allí mientras aparte se hace el almíbar a punto fuerte; se mete la sandía y vuelve a hervir hasta que tome punto; se pone kilo de azúcar por kilo de fruta.
Dos meses después estuve libre y salvo y declarada mi inocencia, y para satisfacerme, de capitán que era de la guardia encarnada, hízome su majestad, por los buenos oficios del duque de Lerma, á quien don Rodrigo había dicho mucho bien mío, sargento mayor de la guardia española: mira, pues, si estoy obligado á servir á don Rodrigo.
Y se lo he dicho en la misma antecámara de su majestad la reina, donde estaba de servicio, donde nadie nos oía, donde no nos veía nadie, donde doña Catalina ha podido juzgar, por pruebas indudables, de la sinceridad de mis palabras. ¿No es verdad, señora? Sí, sí, don Francisco, es verdad dijo la de Lemos, poniéndose ligeramente encarnada.
La gaita y el tambor sonaban ya muy lejos, como una aprensión de ruido. Petra, al llegar a la casa del leñador, se dejó caer sobre la yerba, algo distante de don Fermín; y encarnada como su saya bajera, se atrevió a mirarle cara a cara con ojos serios y decidores. El Magistral se sentó dentro de la cabaña. Hablaron.
Sí, sí por cierto dijo el padre Aliaga, metiendo una de sus manos en el interior de su hábito, y sacando un papel doblado : he aquí su provisión de capitán de la tercera compañía de la guardia española, al servicio de su majestad... tomad. ¿Y para qué quiero yo eso? Me han dicho que ese joven os ama. Púsose vivamente encarnada doña Clara. ¿Y quién dice eso? exclamó con precipitación.
Aquella salida grosera indignó mucho a Miguel, quien dirigió al chicuelo una mirada de desprecio. Maximina se había puesto levemente encarnada. No lo crea V... Sí, desearía volver; pero no causando perjuicio a nadie. Comprendo que ahora, mientras las niñas no sean mayores, mi tía me necesita... ¿Y qué tiene de particular que V. lo desee? dijo Miguel con dulzura.
Vestían el mismo refajo de bayeta verde o encarnada, el mismo justillo sin ballenas, la misma camisa de lienzo gordo, el mismo pañuelo de percal que cuando triscaban allá por los prados y los montes con los vaqueros vecinos.
Colgábale la nariz encarnada y algo granujienta, hundíansele las mejillas, dejando salir los pómulos; arqueábasele ya el abdomen, y todo anunciaba en él esa caricatura de la juventud en que consiste la vejez de muchos.
Detrás de aquel «olvida ese capricho y quiéreme como una segunda madre, pues lo soy tuya por la edad y por el cariño que desde niño te profeso,» adivinaba que la generala deseaba que insistiese, y que entendía y alcanzaba mejor aún que él lo interesante de aquella aventura. Si no, ¿por qué había dejado caer la camelia encarnada?
Palabra del Dia
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