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Actualizado: 23 de junio de 2025


Cuando a la mañana siguiente llegó a la oficina, bien peinado y vestido, con una corbata encarnada y cierta cara de misterio, no cabía duda de que a aquel hombre le encantaban las negras. Poco tiempo después, el subjefe, que manifestaba un gran interés por Kotelnikov, le presentó a un revistero de teatros.

No tardó en llegar a ser rico y obsequiado, porque todas las cortes, todos los soberanos de Europa se disputaban el honor de darle asilo, de escucharle. Nunca la voz humana había operado maravillas semejantes a las suyas; y renovó e hizo posibles los prodigios del cantor Linus y del tenor Orfeo, que, según dicen, encantaban y amansaban con sus melodías las bestias feroces de las selvas.

Les dijimos que éramos de Londres, y que las casas de portazgos, por su relación con el antiguo medio de locomoción en lo pasado, siempre nos encantaban. , eran días muy agitados aquéllos dijo en una voz más bien fina para aquel aspecto tan tosco.

El instinto de desarrollo le impulsaba incesantemente a los ejercicios corporales, y a ensayar y aprender actos de trabajosa energía. Subir a las mayores alturas que pudiera, trepar por una pilastra, hacer cabriolas, cargar pesos, arrastrar muebles, verter y distribuir agua, jugar con fuego y si podía con pólvora, eran los divertimientos que más le encantaban.

El órgano resonaba tan alegremente, que en ese momento modifiqué algo mis ideas acerca de la música. El altar estaba cuajado de flores, deslumbrante de luz, y todos los detalles del arreglo dirigido por el gusto artístico de Blanca, me encantaban los ojos. Mi marido me colocó en el dedo el anillo nupcial con trémula mano, y mordiéndose su lindo bigote para disimular el temblor de sus labios.

Aquella mujercita sería, hasta parecer esquiva con la generalidad de los compradores, reservaba las sonrisas y el agrado para los escritores y cómicos, a quienes en el fondo de su imaginación no veía según la realidad, sino que pensaba en ellos como en seres superiores, de cuyos cerebros surgían y en cuyos labios tomaban vida todos los lances, intrigas, amores y aventuras que le encantaban el ánimo.

Todas estas tradicionales, artísticas y pintorescas manifestaciones de la piedad religiosa encantaban más a don Andrés que al más sencillo devoto de todos los habitantes de Villalegre, y por su gusto no se suprimía nada, sino que se aumentaba y se mejoraba bastante.

Comprendían a todos los afligidos en una misma compasión. Su viva caridad se informaba menos de la culpa que de la desgracia, y por eso encantaban con sus consuelos la agonía de los moribundos y la tristeza de los prisioneros; y si el inocente les era querido, no odiaban al culpable. ¿Acaso el crimen no necesita también la piedad?

A estos dos personajes seguirán forzosamente las dos hijas de la Marquesa: dos pimpollos, dos flores de Andalucía, lindas, modestas, pequeñas, frescas, sonrosadas, alegres, sin pretensiones, a pesar de su nobleza, rezadoras de noche y cantadoras por la mañana; dos avecillas que encantaban la vista con el aleteo de su inocente frivolidad y de cierta ingenua coquetería, de ellas mismas ignorada.

El apasionado mirar de sus ojos glaucos le fascinaba; le encantaban su discreta conversación y su apacible trato; y de continuo prestaba pábulo a la encendida llama de sus afectos la presencia de aquella mujer dechado de elegancia y de majestuosa hermosura. Entonces se creía ligado a ella para siempre por invencible hechizo.

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