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Sintió curiosidad y sorpresa, se levantó y encaminó sus pasos hacia la salita donde tenían las camas, y vió á Soledad inclinada sobre el baúl, apretando la ropa con las manos. ¿Qué haces? ¿No lo ves? El baúl replicó ella con voz firme sin volver la cabeza. El guapo quedó suspenso un instante. ¿Para marcharte? Eso mismo. Nueva pausa. Bien, hija.

Por lo general, evitaba a Sofía; pero una tarde, cuando ella volvió a la escuela en busca de algo que había olvidado y no encontró hasta que el maestro se encaminó a su casa con ella, quizá trató de hacerse particularmente agradable, en parte, según imagino, para que su conducta añadiera hielo y amargura a los ya desbordados corazones de los platónicos admiradores de Sofía.

Entonces, por segunda vez, se encaminó hácia el Continente Europeo y presenció la coronacion de Napoleon I, de cuyo génio militar y político era apasionado admirador, y cuatro años despues vibraba en sus oidos el grito de independencia ó muerte dado por los españoles al lanzarse al campo para estorbar por medio de las armas el poderoso vuelo de las águilas invasoras.

29 Se hizo también ciudades, y hatos de ovejas y de vacas en gran copia; porque Dios le había dado mucha hacienda. 30 Este Ezequías tapó los manaderos de las aguas de Gihón la de arriba, y las encaminó abajo al occidente de la ciudad de David. Y fue prosperado Ezequías en todo lo que hizo.

Van-Stael mandó avisar al viejo Van-Horn lo que ocurría y luego se encaminó a las rocas que circundaban la bahía, seguido del joven, que no daba las menores muestras de miedo. Habíase puesto la luna hacía algunas horas, y la noche estaba obscurísima; pero el misterioso fuego, que seguía brillando en la altura, bastaba para guiarles, sin temor de extraviarse.

Watson montó á caballo la mañana siguiente, pero en vez de dirigirse al lugar donde se abrían los canales, se encaminó á la estancia de Rojas. Mientras el gobierno no enviase un nuevo director para la terminación del dique, los trabajos de la empresa ideada por Robledo resultarían inútiles y era prudente suspenderlos.

Y pasando sin refutarse de generación en generación, el error se hizo tradicional e histórico. Ocupémonos ahora del verdadero estandarte de Pizarro. Después del suplicio de Atahualpa, se encaminó al Cuzco don Francisco Pizarro, y creemos que fué el 16 de noviembre de 1533 cuando verificó su entrada triunfal en la augusta capital de los Incas.

Una y mil veces ensayó de nuevo, mas nada pudo lograr. Con un hondo suspiro, se dispuso a guardar sus péñolas, pinturas y pinceles, y en ese momento oyó la campana que llamaba a maitines. ¡Seis horas sin lograr nada, pensó. Dios me perdone esta pérdida de tiempo! Se encaminó al coro lentamente, pensando sin cesar en su facultad perdida.

Era un pequeño espacio abovedado, deprimido, denegrido, desnudo de muebles, á cuyo fondo había una puerta, á la que se encaminó el bufón. Siguióle Quevedo. El tío Manolillo cerró aquella puerta.

Pero hubiera usted podido, mi querida tía, esperar á mañana para entregarnos esas cosas. En parte alguna ese tesoro hubiera estado más seguro que en el sitio donde usted le ha puesto ... ¡No! ¡no! ¡es preciso hacer las cosas con regularidad! Como usted guste. Mauricio le dirigió su más amable sonrisa y se encaminó hacia el saloncillo, sin sospechar el lazo que se le tendía.