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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Ocupémonos de Adolfito, el precoz funcionario, que no iba a la oficina sino cuando le daba la gana; que había encargado un velocípedo a Londres y había extendido él mismo la orden para que el administrador de la Aduana de Irún lo dejase pasar sin derechos, ¡qué rasgo de genio! «Tú irás muy lejos, niño», le dijo el jefe de Negociado.
La lantaca se hacía oír también de rato en rato, y la metralla destrozaba las flacas espaldas o los vientres abultados de aquellos salvajes. Dejadles que griten a su gusto dijo el Capitán . Por ahora no se atreverán a atacarnos. Ocupémonos, pues, en poner el junco a flote, sobrinos míos. ¿Qué debemos hacer, tío? preguntaron los dos incansables jóvenes.
La Reina los sabía de corrido y los contaba con mucha sal. Pero no revolvamos las cenizas de esta nulidad, de quien la condesa decía, en el más escondido pliegue de la confianza, que era una bestia condecorada, y ocupémonos de su viuda. Era en todo tan distinta de la marquesa de Tellería que no parecían hijas de la misma madre.
El pasaje copiado contiene, sin duda alguna, la apología más ingeniosa y elocuente del teatro nacional, que en España, en donde la práctica ha sido tan superior á la teoría, reinó como soberano, y al mismo tiempo una réplica satisfactoria á los ataques de Figueroa, de Villegas y de otros clásicos. Dejemos ahora los principios teóricos de Tirso, y ocupémonos en el examen de sus obras dramáticas.
Ocupémonos, finalmente, de Luis Pez, el cual no era filósofo, ni economista, ni músico; era jinete. Había comenzado una carrera militar, pero tuvo que abandonarla por falta de luces. Su pasión eran los caballos.
La de Ribert, que esperaba una oposición obstinada de la abuela, se quedó sorprendida de nuestro éxito. Bueno dijo alegremente, aprovechemos el permiso y ocupémonos del anuncio. Aquí tenéis el que he redactado durante vuestra ausencia. «Persona seria que hace estudios sobre las solteronas, desea conocer los motivos que alejan a los hombres del matrimonio.
Y pasando sin refutarse de generación en generación, el error se hizo tradicional e histórico. Ocupémonos ahora del verdadero estandarte de Pizarro. Después del suplicio de Atahualpa, se encaminó al Cuzco don Francisco Pizarro, y creemos que fué el 16 de noviembre de 1533 cuando verificó su entrada triunfal en la augusta capital de los Incas.
Palabra del Dia
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