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O su socio; el señor Robert es una persona decente y no querrá dejar empañada la reputación de su casa; precisamente, acabo de verle aquí, y he de hablarle. El muchacho enrojeció de nuevo hasta las orejas, hasta el blanco de los ojos. Ya sabe usted que mi socio no tiene nada que ver con mis negocios de Bolsa; yo juego porque , porque me da la gana, solo, por mi cuenta y riesgo.

Maltrana hizo un gesto de desaliento. Mentira también: eran granos de marfil, con un débil montaje en oro. Y mentira los imperdibles de doublé; las sortijas ennegrecidas por el largo encierro, con sus vidrios opacos y muertos; los botones de grandes uniformes, que la vieja creía de oro puro; los alfileres verdosos y oxidados, con la pedrería empañada.

Tan lóbrego era el salón donde habían entrado Quevedo y Montiño. Quevedo había pedido un almuerzo frugal; esto es, una empanada y vino. Montiño había guardado un profundo silencio. Quevedo se había ocupado en estudiar la fisonomía de Montiño. Había acabado por comprender que en aquellos momentos el cocinero mayor no estaba en el completo uso de sus facultades.

Mientras hacía resbalar el rollo sobre la pasta con más precaución que si se tratase de confeccionar un filtro mágico, no cesaba de hacer preguntas y dirigir observaciones de todo género a Marta acerca de la empanada que tenía entre manos. «¿Cuántos huevos había echado en la harina? ¿Qué cantidad de manteca? ¿Con quién había aprendido a hacer empanadas? ¿Cuánto tiempo necesitaba estar en el horno?, etc., etcMarta respondía lacónicamente y sin levantar la vista a todas las preguntas, dejando asomar a sus labios una vaga sonrisa de superioridad condescendiente.

A la calle, Cosme, á la calle, y no me vuelvas á parecer por la cocina, ni en seis leguas á la redonda, y el señor Gil Pérez, que busque otro acomodo; así escarmentarán los otros oficiales y no dejarán sus cuidados á los galopines. ¿Pero qué es esto? aquella empanada de pollos ensapados se abrasa... ¡ya se ve! ¡si os estáis todos parados, ahí mirándome como á una cosa del otro mundo!... ¿Apostamos á que hoy no tendremos un solo plato á punto que poner en la mesa de su majestad?

Otro día cumpliréNo puedo dar idea del estupor de aquella mujer y de las dos vecinas, que presentes estaban, cuando vieron que el tacaño no escupió por aquella boca ninguna maldición ni herejía, cuando le oyeron decir con la voz más empañada y llorosa del mundo: «No, hija, si no te digo nada... si no te apuro... si no se me ha pasado por la cabeza reñirte... ¡Qué le hemos de hacer, si no puedes...!»

¡Había de haber sido una monja! dijo Quevedo cuando se certificó del estado mental de Francisco Montiño. Un mozo entretanto trajo la empanada. Quevedo sirvió la mitad de ella á Montiño. Este cortó maquinalmente un pedazo de masa, y lo llevó á la boca. Bastó esto para que volviese de su fascinación. ¿Qué es esto? dijo . ¿Quién es el hereje que ha hecho este pastel? Y escupió el bocado.

Comieron el capón asado, las truchas salmonadas, las olorosas judías con morcilla y lacón, la rica empanada de anguilas, todo aderezado y servido por las manos primorosas de D.ª Robustiana, á quien servía en esta ocasión de azafata la vivaracha Flora.

La voz de Cecilia, suave, persuasiva, un poco empañada siempre, lo cual daba a su acento singular ternura y humildad que llegaba al corazón, logró conmover pronto el de su cuñado. Apaciguóse súbito. Dilatado su rostro por una sonrisa, exclamó antes de que concluyese: ¡Chica, qué gran abogado harías! Es que tengo razón replicó ella riendo.

Cuando terminaron de modelar varias capas delgadas de pasta, Marta las fue colocando unas encima de otras en una tartera de cobre, formando el lecho de la empanada. Después una de las criadas le trajo el jamón, convenientemente aderezado y cortado en rajas. El pringue sazonado de especias exhalaba un olor irritante y apetitoso que hacía la boca agua.