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Actualizado: 4 de mayo de 2025


No me permitiría jamás, vizcondesa, la broma más leve en asunto tan serio. Un relámpago de intensa alegría iluminó de pronto el gracioso rostro de la señora de Aymaret, y lanzando un grito de contento, tomó vivamente las manos de Pedro, diciendo a éste: ¡Ah! es usted un perfecto caballero. ¿Quedamos, pues, en que se encarga usted de mi embajada?

La indiada nuestra pasó adelante hasta perdernos de vista; y á las seis de la tarde llegó un indio mandado del cacique Lincon, el que dió la noticia á nuestro Comandante que su Cacique habia hallado un rastro en que reconocia que los indios enemigos estaban cerca, porque habia visto muchos fogones, y las carnes de los animales que habian cazado para comer estaban aun frescas: á cuya noticia dió órden el Comandante nos pusiesemos en marcha, lo que habiéndose egecutado nos comenzó á llover, y caminando hasta las doce de la noche, paramos por ser muy obscura: no teniendo vaqueano para ir adonde los indios nuestros estaban, pues el que vino con la embajada dijo, no podria dar con los compañeros, por cuyo motivo nos mantuvimos parados hasta que viniese el dia.

¡Bah! son cosas de jóvenes; yo he sido así respondía a los reproches agridulces de su hermana con más pesar que arrepentimiento. Gracias a sus larguezas, el joven, agregado a la embajada de Londres, pudo hacer anchamente la gran vida inglesa, hasta el punto de que su salud se resintió y tuvo que pedir una licencia prolongada.

Entrado ya el invierno, Ariadna volvió a Madrid, y no se pasaron quince días sin que la trompeta del escándalo pregonase sus amores con el secretario de la Embajada francesa. A Miguel no le maravilló nada este suceso. Un día Julita le dijo a boca de jarro: ¿Cuándo piensas casarte, Miguel?

Embajada de los indios Penoquís al P. Arce; invítanle á que pase á sus tierras para abrazar la ley de Jesucristo I 89 Embarque de Misioneros para las Indias II 132 Emboscadas que preparaban los indios para robar á los españoles las armas y útiles de labranza I 69 Encuentra el P. Arce los cadáveres de sus compañeros II 113

Miróle el tío Frasquito extrañado, y la curiosidad, que es la fuerza de resistencia más sufrida que se conoce, le clavó en el asiento... Quizá iba a despejar la X misteriosa que se debatía aquella misma tarde en la terraza del Grand Hôtel, la incógnita que representaba la presencia intempestiva de Jacobo en París, abandonando su Embajada de Constantinopla.

Para mayor decoro y ostentación de la Embajada, marchaban enseguida muchos empleados y gentiles hombres asistentes al solio pontificio, y la guardia de honor de Su Santidad, compuesta de arqueros suizos y de lanceros griegos y albaneses.

Marchaba primero el ilustre poeta García de Resende, recopilador del Cancionero que lleva su nombre, y Secretario de la Embajada, y le seguían los reyes de armas de Portugal con sus lucientes cotas y los maceros del Papa, que precedían al Embajador Tristán de Acuña.

Todo esto, no obstante, importa tan poco a nuestra historia, que debiéramos pasarlo en silencio. Bástenos decir que donna Olimpia se ingenió de tal suerte y se dio tan buena maña, que se hizo amiga de Pedro de Covillán, de don Rodrigo, y de todo el personal de la Embajada.

¡Da! me dijo, señalándome una casita oculta bajo las acacias, y que me pareció muy silenciosa y retirada para ser una Embajada. En un ángulo de la pared brillaban junto a una puerta tres botones de cobre superpuestos. Tiro de uno al azar, ábrese la puerta y entro en un vestíbulo elegante y cómodo, con flores y alfombras por doquier.

Palabra del Dia

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