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Actualizado: 1 de junio de 2025
Pienso en estas palabras, y, cuando me llega el turno de echar las tres paladas de tierra en la fosa, dejo caer también en ella un juramento silencioso: «No amigo, no abandonaré nunca a tu hijo... Amén.» Todo tiene fin.
En las bocacalles por donde se descubría un cacho de mar, el señor de las Cuevas solía detenerse un momento para echar una ojeada escrutadora. Por ahora bonanza. Dentro de poco terral. ¿Las ves? dijo con expresión de triunfo al cabo de un instante. ¿Qué? Las lanchas, hombre, las lanchas. ¡Cómo lo han olido! No veo nada, repuso Gonzalo sacándose los ojos por columbrarlas en el horizonte.
Si me dieran esta pieza por cárcel, reventaba al tercer día, si es que pasaba el primero; aire, luz y espacio suficiente donde asentar estas patazas y donde recostarse con comodidad; y libertad para moverse, sin el temor de echar una mancha en el cortinaje, o de romper una silla, o de tirar una mesa, y con ella, perniquebrar a alguno de esos personajes de porcelana... ¡Uf! ¡aquí se ahoga el sursum corda!
Luego que se hartó de mover su cuerpo flexible con ondulaciones de vara verde agitada por el viento, de echar los brazos atrás y adelante, levantarlos y bajarlos, se dejó deslizar sobre la arena con movimiento imperceptible de los pies. Anduvo así formando un círculo por delante de nosotros, rozando nuestras rodillas.
26 Y se sentará el Juez, y le quitarán su señorío, para destruir y para echar a perder hasta el fin; 28 Hasta aquí fue el fin de la palabra. Yo Daniel, mucho me turbaron mis pensamientos, y mi rostro se me mudó; mas la palabra la guardé en mi corazón. 1 En el año tercero del reinado del rey Belsasar, me apareció una visión a mí, Daniel, después de aquella que me había aparecido antes.
Y con tales ganas comenzaron a reír la tía y el sobrino, que casi vinieron a echar por las narices el consommé
Resultaban buenas para los capitanes miedosos, incapaces de salir de los puertos si no llevaban á la vista una escolta de torpederos, y cuyas tripulaciones, al menor incidente, pretendían echar los botes al agua, refugiándose en la costa. El se creía más seguro yendo solo, confiado á su pericia, sin otro auxilio que su profundo conocimiento de las rutas del Mediterráneo. La petición fué atendida.
La aguardan, la acechan, constituyendo esa espera una de sus más inefables delicias. ¿Quién es capaz de dudar que á su vuelta no sientan como nosotros el arrobamiento del despertar, y con más fuerza, distraídos como estamos por la vida, tan múltiple y variada? Para aquellos seres, la eternidad transcurre en sentir y adivinar, en soñar y echar de menos al gran amante: el Sol.
La Buena Gloria, cuyo origen se ignora, pero que es antiquísimo según el autor del sainete, y mucho más según uno de sus personajes, que dice, al echar el dinero sobre la capa, «
¿Cómo encareceré yo mi tristeza y pena? Fue tanta, que considerando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque tenía gana, echar nada de él. Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer. Andaban vahídos en aquella casa como en otras ahítos.
Palabra del Dia
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