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Actualizado: 1 de junio de 2025


Adivinaba el fenómeno comercial, sin acertar a darle nombre, y en vez de echar maldiciones contra los ingleses, como hacía su marido, se dio a discurrir el mejor remedio. ¿Qué corrientes seguirían?

Rehusó por miedo de rebajarse. «No tengo inconveniente, dijo, en vender mi tiempo, pero a lo que no estoy dispuesto es a prestar mi nombreAsí fue descendiendo uno por uno todos los peldaños de la miseria, desanimando a sus amigos, cansando a sus acreedores, cerrándose todas las puertas, desprestigiando un nombre que no quería comprometer, pero sin preocuparse del traje raído que paseaba por las calles ni de su chimenea en la que no podía echar ni un mal pedazo de leña.

Manín se sentó de nuevo para engullir el pan que quedaba y beber otro vaso de lo blanco. Josefina mientras tanto sollozaba en un rincón, llevándose las manos heridas a la boca, palpándose las mejillas acardenaladas por los ballenatos. Manín se dignó echar hacia ella una mirada.

En su casa se sabía dar el aristocrático barniz clerical de alto tono del siglo XVIII. Bastaba echar una rápida mirada sobre su pequeña librería de amateur, para conocer los finos gustos del hombre.

Era de desear que el señor Godfrey no fuera a Tarley a fin de echar agua fría sobre lo que el señor Snell había dicho delante del juez de esa aldea, e impedir de ese modo que el magistrado librara una orden de arresto. Se le sospechaba que tenía esta intención cuando se le vio partir por la tarde a caballo y en la dirección de Tarley.

Entonces habría que echar mano de un hombre de experiencia; buscar un práctico que tenga costumbre de esas cosas. Veo que te acuerdas de Tolón, hija mía. ¡Toma! allí hay sujetos muy a propósito para eso. ¿Es que quieres que vaya a buscar un criado al presidio? Los hay que ya han cumplido. ¿Dónde encontrarlos? Búscalos. Creo que vale la pena dar con el que nos hace falta.

Para ella era como la sensación de un lujo enorme extravagante la pereza que sentía de echar cuentas y atar corto a Nepomuceno: comprendía que él hacía su Agosto con el caudal de su sobrina, que iba pasando a poder del administrador gran parte del capital administrado, pues bien claro estaba que todos los días D. Juan hablaba de sus propias rentas, que por milagros de la suerte o por bondad de la Providencia, prosperaban, y todos los días también hablaba de desventuras sin cuento que caían sobre los predios de la Valcárcel y la parte de su capital colocada en manos industriosas de España y del extranjero.

El fúnebre camino atravesaba la cañada del Oso, revestida a aquella hora de sombrío y tenebroso aspecto. Los campeches, escondiendo en el rojizo terreno sus pies, guarnecían la senda como en fila india, y sus inclinadas ramas parecían echar una extraña bendición sobre el féretro que avanzaba lentamente.

Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas.

Todas aquellas señoras querían hablar á un tiempo, todas tenían en su cabeza un mundo de pensamientos referentes á si habían salido ó no de casa el día anterior, á si habían traído el calzado fuerte por causa de la humedad, á si habían cenado primero que otras noches ó si estaban acatarradas ó no habían tenido humor para peinarse, etc., etc., que necesitaban echar fuera cuanto más antes y sin darse punto de descanso.

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