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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Su hermano había muerto poco antes; pero quedaban sus innumerables sobrinos, jóvenes que habían abandonado los placeres y comodidades de la alta sociedad para ofrecer sus vidas. Unos, pertenecientes á la marina, se embarcaban en buques pequeños, torpederos y submarinos, buscando los mayores peligros; otros ingresaban como oficiales en el ejército de tierra.

El conde oía en la popa á un hombre vestido de tela impermeable, que era un oficial. Relataba el paso por el estrecho de Gibraltar completamente sumergidos, viendo por el periscopio los torpederos ingleses en patrulla de vigilancia. Nada, comandante continuó el oficial ; ni el menor incidente... Una navegación magnífica. ¡Que Dios castigue á Inglaterra! dijo el conde, llamado ahora comandante.

Muchos ojos seguían el avance por la línea del horizonte de un rosario de vapores pintarrajeados, como bestias fabulosas, á los que daban escolta varios torpederos. Pero el arrullo de la música penetrando al mismo tiempo por los oídos quitaba toda significación á este medroso disfraz de los buques y á la lentitud recelosa con que se deslizaban frente á la costa del placer.

Ferragut veía los rápidos torpederos, de paredes delgadísimas, danzando á la más leve ondulación sobre sus amarras de acero retorcido. Examinaba los «chaluteros», embarcaciones militares improvisadas, vaporcitos robustos y cortos, construídos para la pesca, que llevaban en la proa un cañón de tiro rápido.

Casi todos los días pasaban convoyes: vapores de carga de diversas nacionalidades pintarrajeados como cebras para disminuir su visibilidad y escoltados por torpederos franceses é italianos. Estos rosarios de buques, navegando tan cerca de la costa que podían leerse sus títulos y distinguir á sus capitanes erguidos en el puente, hacían hablar al príncipe y al profesor de los horrores de la guerra.

El Gaviota II, á pesar de su bandera rusa, se vió detenido por los torpederos ingleses, que lo sometieron á una minuciosa inspección, no comprendiendo que se navegase por gusto cuando todos los mares estaban convertidos en un campo de batalla. A la altura de las Azores tuvo que forzar sus máquinas para librarse de un corsario alemán. Además, escaseaba el carbón.

Resultaban buenas para los capitanes miedosos, incapaces de salir de los puertos si no llevaban á la vista una escolta de torpederos, y cuyas tripulaciones, al menor incidente, pretendían echar los botes al agua, refugiándose en la costa. El se creía más seguro yendo solo, confiado á su pericia, sin otro auxilio que su profundo conocimiento de las rutas del Mediterráneo. La petición fué atendida.

Los otros debían continuar su rumbo tranquilamente, sin preocuparse de la agresión. Si el buque de delante ó el que seguía á popa era torpedeado, no había que detenerse para darle auxilio. Los torpederos y «chaluteros» se encargarían de salvar á los náufragos, si resultaba posible.

Palabra del Dia

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