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La sombra de la duda se alzó en como un espectro; y creí oirla echándome en cara la facilidad con que sucumbia al recuerdo de mis antiguas creencias. Continué el viaje siendo presa de la misma inquietud, sumergido por completo en la melancolía.

Puedes ir echándome sermones desde Nieva hasta Madrid, después de Madrid hasta París, y desde París a Milán, y desde Milán a Venecia, y después hasta Roma y Nápoles, y otra vez de vuelta por Ginebra, Bruselas, París y Madrid hasta casa. ¡Con qué gusto iré escuchando a un predicador tan monísimo por todos esos países extranjeros! ¿Qué te parece el itinerario de nuestro viaje? Bien. ¡Bien, bien!

¿Sabe usted respondí señor clerigón-entrometido, que si no se me quita de delante ahora mismo, le enseñaré a ser comedido y a no meterse en camisa de once varas? Comprendido, comprendido repuso poniéndose como de almagre su abominable rostro, y echándome de lleno su insolente mirada . Sigan los pimpollitos su camino. Adiós...

Pasaron cuatro días; ya no me acordaba de aquella niña, ó si me acordaba era de un modo vago, como la memoria de los días risueños de la juventud. Será cosa, á más tardar, del viernes ó el sábado, me dije después de comer, encendiendo un cigarro y echándome á la calle. El ministro se había negado á rebajar la cuota del Ayuntamiento, lo cual me tenía muy disgustado.

Y echándome al mismo tiempo los brazos al cuello, comenzó a darme sonoros besos en las mejillas, diciendo: Rico mío. ¿No es verdá que eres mi mariíto? ¿No es verdá que soy tu mujersita? ¿No es verdá que estamos casaos? ¡Di, corasón! ¡Di, vidita! Mientras trataba, avergonzado, de huir sus caricias, exclamaciones de reprobación y vi que las monjitas escapaban asustadas hacia la puerta.

Pero el cura, que sabía que yo odiaba el llanto y que era bastante orgullosa como para demostrar delante de mi tía una pena causada por ella, se me acercó, me preguntó en secreto por qué lloraba y se esforzó en consolarme. No es nada, mi bueno y querido cura díjele yo enjugando mis lágrimas y echándome a reír. Tengo horror del dolor físico, me duele la cabeza y luego, debo estar horrorosa.

Pero obligándole á amor Lo que pudiera á respeto, Me llamó una noche, á efeto 2015 De no respetar mi honor. Que le descalzase fué La invención: llego á su cama, Donde sentado me llama, Y humilde le descalcé. 2020 Pero echándome los brazos, Tan descortés procedió, Que á arrojarle me obligó Donde le hiciera pedazos.

Lo inusitado de la cita y de la hora, movió en alto grado su curiosidad. Intentó satisfacer siquiera una parte de ella, echándome memoriales de un dulzor empalagoso; pero no me di por entendida. »Al despedir más tarde a Pepe Guzmán, le encargué mucho que no faltara la noche siguiente, para darle cuenta minuciosa del cumplimiento de uno de los trámites más importantes de mi plan.

Su ausencia no fue larga. Cuando volvió, le dijo Máximo: ¿Lo ha encontrado usted? , tengo lo que necesito. Y añadió: He vuelto a poner la llave en su sitio. Después se puso a hablar con un grupo de amigos que habían venido en su ausencia. Yo no le perdía de vista. En un momento dado entró en la biblioteca, estuvo allí unos segundos y salió echándome una mirada que quería decir: ya está.

Un fulgor de plata inundaba el horizonte, y allá, tras los picachos de la Sierra, surgía la luna llena, espléndida y magnífica. A las cuatro de la tarde ya todo estaba listo. Tía Pepilla arregló mi petaca en dos por tres, y concluída la faena me dijo cariñosamente, echándome los brazos: Rorró... ¿no vas a despedirte de tus amigos? ¿Amigos? ; el doctor, tu maestro, Ricardito Tejeda....