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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Ni Pablo Aquiles ni las niñas sabían nada, y si Pablo Aquiles lo había oído, no lo creía, más por repugnancia de semejante parentesco, que por falta de convicción o sobra de dudas; pero, como de casi todas las baraúndas domésticas era el niño el principal causante, por ser correo de chismes y tejedor de embustes, cuando el viejo estaba en la calle y la cara aceitunada de Pepa, la madre, no estaba delante, entre Pablo y Gregoria y Gregoria y Casilda le daban tal vuelta de azotes y rociada de moquetes, que quedaba el chico hecho un ecce homo, sin temor a las reclamaciones y reconvenciones posteriores. ¡Cosa rara! la madre, en estas circunstancias y en otras y en todas, no olvidaba su papel de mujer reposada, que todo lo tiene previsto y resuelto; cuidadosa de no ponerse mal con los niños, evitando todo choque con habilidad estudiada, acudía a calmar al inocente con un par de sonoras palmadas, que daban fin al asunto, aunque no al llanto de la víctima.
La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias históricas, políticas y sociales; la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses comerciales; aquellos políticos de todos los países, aquellos escritores que se precian de entendidos, si un pobre narrador americano se presentase ante ellos con un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que se han prosternado ante un fantasma, que han contemporizado con una sombra impotente, que han acatado un montón de basura, llamando a la estupidez, energía; a la ceguedad, talento; virtud, a la crápula, e intriga y diplomacia, a los más groseros ardides; si pudiera hacerse esto, como es posible hacerlo, con unción en las palabras, con intachable imparcialidad en la jurisprudencia de los hechos, con exposición lucida y animada, con elevación de sentimientos y con conocimiento profundo de los intereses de los pueblos y presentimiento, fundado en deducción lógica, de los bienes que sofocaron con sus errores y de los males que desarrollaron en nuestro país e hicieron desbordar sobre otros... ¿no siente usted que el que tal hiciera podría presentarse en Europa con su libro en la mano, y decir a la Francia y a la Inglaterra, a la Monarquía y a la República, a Palmerston y a Guizot, a Luis Felipe y a Luis Napoleón, al Times y a la Presse: ¡leed, miserables, y humillaos! ¡He ahí vuestro hombre!, y hacer efectivo aquel ecce homo, tan mal señalado por los poderosos, al desprecio y al asco de los pueblos?
Para anunciar a sus compañeros en la sala de estudio que venía el Padre Fernández, varón pesado cuyos pies de plomo hacían temblar el pavimento, decía: Cavete Ferdinandum.... Ecce draco.... Exaudite... quatit ungula campum.
Los frescos riquísimos de Palomino, en la capilla, y de José Hermoso en la cúpula de la Sacristía, bastante notables; un Ecce Homo admirable de Murillo, una preciosa Vírgen de Alonso Cano, y otros cuadros; el Sancta-Sanctorum y su sagrario, todo en marmol purísimo y oro macizo del gusto y el esplendor mas completos; dos enormes ágatas, sin rivales en Europa, y mil otras preciosidades, hacen de aquel santuario un tesoro inestimable para el artista.
Hasta la puerta del salón no volvió a oírse la voz del Cura: allí resonó otra vez, declamando, reposada y patética, este versículo del Miserere: Ecce enim in inquitatibus conceptus sum: et in pecatis concepit me mater mea.
Quomodo igitur hoc sciam, quando quid sit tempus nescio? an forte nescio quemadmodum dicam, quod scio? Hei mihi qui nescio saltem quid nesciam. Ecce Deus meus coram te, quia non mentior; sicut loquor ita est cor meum.
A los rumores de antes sucedió el silencio más profundo; y avanzando don Sabas con mesurado andar, la mirada puesta en el bordado relicario que contenía las dos Hostias consagradas, rodeado de luces que resplandecían en el oro de sus vestiduras y precedido de Mari-Pepa, de Lita y del monago, llegó a la puerta donde nosotros esperábamos, y allí, deteniéndose unos instantes como para dar mayor solemnidad a sus palabras, rezó este otro salmo: Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et oculta sapientiae tuae manifestati mihi.
Mucho le dolía el golpe, andaba apoyado en sus amigos, con la cabeza entrapajada, hecho un Ecce homo, según afirmaban las indignadas comadres; pero hacía esfuerzos para sonreir, y á cada excitación de venganza contestaba con un gesto arrogante, afirmando que corría de su cuenta el castigar al enemigo. Batiste no dudó que aquellas gentes se vengarían.
En esta capilla se venera una devota imágen de Ecce Homo que el fundador trajo de Roma.
Ecce severas scribendi Comoedias leges negligimus, nam illae repraesentantur propter vulgus, qui illas leges non capit: et ecce scenarum mutationes negligimus, nam docti, quorum est, de conceptuum et versuum nitore judicare, ut bona laudent carmina, hoc impendium non indigent. Ego hoc auderem discurrere.
Palabra del Dia
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