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Recordaba con remordimiento aquel breve diálogo en el parque improvisado, durante el cual habló duramente á Robledo. «¡Y por esa mujer pensaba que lleva los hombres á la muerte, he maltratado al mejor de mis amigosLuego, el rostro triste y lloroso de Celinda sucedía en su imaginación á la cara bondadosa de Robledo.

Giraud vaciló un instante; pero había prometido decir lo que pensaba y cumplió su palabra: Con el respeto debido, señor, diré á usted que ese es un canalla. ¿En qué se funda usted para tratarle tan duramente? preguntó Marenval, algo extrañado por aquella vehemencia. En nada, señor. Nunca le he visto cometer una acción reprensible ni decir cosa mala; pero eso no impide que le tenga por un canalla.

Con rápida frase y mirando duramente a uno de los brazos del sillón donde se hallaba sentada, repuso: Pues yo estoy segura de que mi corazón no hará ¡paf! ningún día. ¿Por qué aseguras eso, Cecilia? Las mujeres, más que los hombres, están hechas para el amor, para los goces que éste proporciona, para la vida de familia.

Llamó a Nuño, le exigió que absolviese a su hija de culpas que en realidad no tenía, y le ordenó que, sin entrar en nueva lucha con el rapaz, y sin acudir tampoco a otras personas para que no se enterase nadie de lo ocurrido, trajese al rapaz a su presencia para que ella le reprendiese duramente, como él merecía.

Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y á éste, descoyuntado, después de tirar de él un rato en distintas direcciones, tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.

¡Sería preciso no tener corazón... no tener corazón! ¡Pobrecita Pilar de mi vida, bien quedaría, por cierto, con su hermano, que ni colocarle una almohada sabe! ¡Qué sería de ella! Pensarlo sólo me espanta.... Llamará a una hermana de la caridad... no será la primera refunfuñó Miranda duramente. ¡Qué pena... pobre criatura!... Eso es más cruel aún que dejarla morirse sola, como un perro.

Había tratado duramente á Mauricio, le había hecho despedir por su criado y, en fin, se había conducido al contrario de lo que exigía el sentido común. Si el joven tenía más orgullo que agradecimiento, no volvería y todo habría terminado. ¡Qué hermosa ocasión perdida de asestar un golpe certero á aquel monstruo de Fortunato!

Sin duda que en los libros devotos, con la más sana intención, se interpretan harto duramente ciertas frases y sentencias de la Escritura. ¿Cómo entender, si no, que la hermosura de la mujer, obra tan perfecta de Dios, es causa de perdición siempre? ¿Cómo entender tampoco, en sentido general y constante, que la mujer es más amarga que la muerte? ¿Cómo entender que el que toca a una mujer, en toda ocasión y con cualquier pensamiento que sea, no saldrá sin mancha?

No hay que jugar con la justicia, que no tiene nada de benévola. Con ella no hay laureles artísticos que valgan. Esos hombres togados te condenarán duramente si te dejas coger. Óyeme con buen sentido solamente un cuarto de hora y después eres libre de hacer lo que quieras. ¿Está convenido, verdad?

¿Qué quieren ustedes? preguntó duramente al de más edad, porque ya se sabe el odio que la raza monacal tiene al resto del clero. Oír a ese cristiano que nos ha enviado a llamar respondió gravemente el sacerdote. ¡Es imposible! ¡Por Santiago! Ha despedido al reverendo padre Pablo tratándole como a un arriero borracho. Es decir, ¡que nosotros mentimos, perro maldito! exclamó el sacerdote más joven.