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Actualizado: 22 de octubre de 2025


Contóme Misuf su aventura de Egipto; y por la pintura que de vos hizo, por el tiempo, por el dromedario en que ibais montado, y por las demas circunstancias vine en conocimiento de que era Zadig quien habia peleado en su defensa; y no dudando de que estuviérais en Menfis, me determiné á refugiarme en esta ciudad.

Temblaba sólo al pensar en este suplicio, más temible para ella que la muerte, no dudando un instante de que su hermano era capaz de cumplir tales amenazas. Guardaba un vivo recuerdo de su gesto fosco, de su propensión a la violencia, de su mirada lúgubre. Ojeda, escuchándola, se imaginaba el tipo.

Lo primero que vió Sanabre al levantar la cabeza fué el brillo de unos lentes, y al reconocer al doctor Aresti, abandonó su sillón confuso é indeciso, dudando entre salir al encuentro de aquél ú ocultar la carta.

Que, por tanto, era indispensable reducirlo en cuanto á la cantidad, y aguarlo en cuanto á la calidad, no dudando de que así lo harían todos los padres como varones prudentes y virtuosos que eran.

Por exemplo: HIPPÓCRATES escribió los libros de los Aforismos, de los Pronósticos, y algunos de las Epidemias; y no dudando nadie que estos escritos sean legítimamente de Hippócrates, observamos que habla con gravedad, sencillez, brevedad, y precision, y que sus descripciones históricas de las enfermedades son exâctas, y conformes á las que otros Griegos hicieron; y no observándose estas cosas en algunos otros de los escritos que andan impresos con el nombre de Hippócrates, por eso no han de tenerse por suyos.

Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus discursos, y hasta se atrevía á criticar su existencia privada, dudando de su aparente severidad y acusándolo de hipocresía. ¡Ah! ¿Conque es Momaren el que desea la muerte de ese pobre gigante? Después de proferir tales palabras, el senador se mostró dispuesto á aceptar sin resistencia todo lo que dijese Flimnap.

Sorpendida al ver que don Luis no estaba solo, se detuvo un instante sin soltar el tirador de la puerta, dudando si adelantar o volverse. ¿Estorbo? No, hija, entra. Pepe, que se disponía a marcharse, la saludo; contestole ella, y cogiendo de sobre la mesa un periódico, se puso a leer.

Con las manos estremecidas sobre las telas, estuvo un momento dudando si podría tragar su despecho. Tenía asomadas a los labios desdeñosos unas agrias frases de reproche y ofensa, y, con ellas extendidas por toda su cara descompuesta, salió de la estancia dando un tremendo portazo que alzó en todas las habitaciones un eco penetrante.

El marqués la contemplaba con mirada incierta, aun dudando todavía, pero la confidencia que acababa de brotar del corazón y de los labios de la vizcondesa tenía tal sello de verdad, que por misma se imponía; así lo comprendió rápidamente el marqués, y tomando con efusión las manos de la de Aymaret, mientras se sentaba delante de ella abrumado y confuso: ¿Es posible?... le dijo . , yo que nunca falta usted a la verdad... ¡Oh! que Dios le premie el bien que me ha hecho usted... ¡Oh! ¡cuan agradecido le estoy!... ¡No me da usted la dicha, ay!... pero al menos me devuelve carácter y honra.

Cuando volvió a su casa, llamó a su mujer y le dijo solemnemente: Juana: la patria reclama mi cooperación, y necesito hacer por ella el sacrificio de prestársela. ¿Que la patria te reclama..., qué?... preguntó la oronda señora, dudando si la palabrilla se comía o se sembraba. Que el país desea que yo le represente en las Cortes añadió don Simón con parsimonia. ¿Y qué es eso?

Palabra del Dia

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