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El valiente y virtuoso Federico, á lo menos hasta entonces, desea acompañarlo; pero su padre determina encargarle en su ausencia del gobierno de su ducado, por la confianza que le inspira, y le manda permanecer en Ferrara. Al comenzar el acto tercero vuelve el Duque victorioso de la guerra, firmemente decidido á renunciar á su anterior vida disipada y á consagrarse sólo á su esposa é hijo.

Y llamó á grandes golpes sobre la mesa. Cuando acudió el mozo arrojó un ducado, y salió dejando solo á Montiño. Apenas había salido de la hostería Quevedo, cuando vió venir por la parte de palacio una tapada ancha y magnífica, que se levantaba el manto para no coger lodos, y dejaba ver una magnífica pierna y un pequeño pie, calzado con un chapín dorado.

Era un caballero tan almidonado y tan tieso que a serlo de igual modo el noble fundador de su estirpe fuera imposible que hiciese al rey aquel saludo que le valió el ducado. Naturalmente mientras este señor no se ablandase un poco con la humedad no había que pensar en boda, porque Gonzalito tenía más miedo a su padre que al mar embravecido.

Innecesarios son esta vez vuestros buenos oficios, Chandos, dijo levantándose. Estos valientes caballeros me son muy bien conocidos para necesitar introductor. Bienvenidos á mi ducado de Aquitania sean Sir León de Morel y Sir Oliver Butrón. No, amigos; doblad la rodilla ante el rey mi padre en Windsor; á dadme vuestras manos.

Comiéronse los caballos y otros animales, repartiéndolos por raciones, y hubo algunos, y no es manera de decir, que comieron hígados de turcos; y se vió vender una gallina en 14 ducados, y muchas cabezas de cebollas, que llevó una fragata que fué con unos despachos de Sicilia, á ducado cada una, y cada cabeza de ajos un real, y á este respecto, y otras cosas que llevó.

Beatriz entrega el ducado, el otro perdona la deuda, y pata... Pero lo más chistoso es que Lucy dota a Gonzalito en cuatro millones... ¡Qué delicia!... De modo que, en caso de viudez, Gonzalo quedará siempre prince douairier, es decir, douairier de Matapuerca.

Terminaba con dos líneas sobre su vida privada y supe lo que ignoraba completamente y era que: «Francisco I llevaba vida alegre y amaba prodigiosamente a las mujeres. Y que prefirió grande y sinceramente a la hermosa dama Ana de Pisseleu, a quien dio el condado de Etampes, que erigió en ducado para serle agradable

¡Ah, ah, el hijo del palafrenero mayor! Eso es. Pues mira, Aldaba, no te metas con ese paje, le protejo yo. Si la Inés me quisiera, sería bastante; pero no queriéndome, á qué buscar ruidos. Haces bien; toma un ducado por lo que has hecho, y puesto que el cocinero mayor te ha despedido, te tomo por mi criado; me guisarás, y me excusaré de venir á este figón del infierno.

Había sido el favorito de su padre, quien fue objeto de muy desfavorables comentarios al crearlo Duque y dar por nombre a su ducado el de la capital del Reino. Su madre había sido de buena familia pero no de alta nobleza. ¿Sigue en París el Duque? pregunté. ¡Oh, no! Se ha ido porque tiene que asistir a la coronación; ceremonia que de seguro no le hará mucha gracia. ¡Pero no desesperes, Beltrán!

Esperaba por cierto producir un gran efecto; pero con todo, quedé algo confusa ante la fisonomía, verdaderamente extraordinaria del cura. Pero no tardé en continuar imperturbablemente: Amó especialmente a una linda dama a la que dio un ducado. ¡Confesad, señor cura, que era muy bueno, y que hubiera sido muy agradable hallarse en lugar de Ana de Pisseleu!