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Actualizado: 12 de julio de 2025


Juan insiste tan afectuosamente, que tenemos que aceptar. Despáchate ligero. Entretanto, voy a hacer subir a tu tía, debe dormirse en su coche, y le haré compañía; nos encontrarás en el salón chico. La señora Aubry bajó a los departamentos de recepción. María Teresa quedó sola con Juan. Vacilante todavía, le preguntó después de un corto silencio: ¿No le choca a usted que vaya al teatro?

A continuación de esta diana, una polca saltona con locas cabriolas de clarinete, y luego se retiraron los músicos. «Debe ser una alborada en honor de alguno de los alemanes vecinos míos. Cualquiera diría que era para .» Y Ojeda volvió a dormirse. Dos horas después, mientras se vestía, quiso saber el motivo de esta música, preguntando al camarero que entraba con un jarro de agua caliente.

Por eso colocó muchos almohadones en una «chaisse longue», sacó a Lita de la cama, y se acostó con ella sobre los almohadones. Puso su cabeza muy alta para no dormirse, pues si se dormía un movimiento cualquiera podía quebrar la cintura de la niña inválida y matarla.

Casilda dijo don Pablo Aquiles a su hermana, voy a salir; cuidado con la reja del zaguán, y no dormirse hasta que yo vuelva, que no será tarde.

El Magistral se sentía como estrangulado por la emoción. La Regenta hablaba ni más ni menos como él la había hecho hablar tantas veces en las novelas que se contaba a mismo al dormirse.

Así que dejó caer el brazo desesperadamente sobre la cama con señales de abatimiento. Á los pocos instantes sintió un ligero temblor de frío, y dulce y lentamente atrajo la ropa y se cubrió la mitad del cuerpo. Después fijó los ojos en un punto del espacio, los puso más tarde en blanco, cerrólos por último y nos parece que volvió á dormirse.

El clima de España no es de tal índole que el español deba abrir la boca y estirar los brazos, como los que moran en la orilla del Ganges; que deba dormirse como el natural de los valles de Cachemira; que deba evaporar su vida entre ópios, mujeres y aromas, como los árabes del Yemen.

Leía, pues, don Víctor a Calderón, sin cansarse, y próximo estaba a ver cómo se atravesaban con sendas quintillas dos valerosos caballeros que pretendían la misma dama, cuando oyó tres ladridos lejanos. «¡Era Frígilis!». Doña Ana tardó mucho en dormirse, pero su vigilia ya no fue impaciente, desabrida. El espíritu se había refrigerado con el nuevo sesgo de los pensamientos.

Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en misma, contándose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tenía una mamá que le daba todo lo que quería, que la apretaba contra su pecho y que la dormía cantando cerca de su oído: Sábado, sábado, morena, cayó el pajarillo en trena con grillos y con cadenaaa....

Cuando Ana procuró sacudir, moviendo la cabeza, aquellas imágenes importunas y pecaminosas, el templo iba quedándose vacío. Tuvo ella frío y casi casi miedo a la sombra de un confesonario en que se apoyaba. Se levantó y salió de la catedral, que empezaba a dormirse. El órgano se había callado como un borracho que duerme después de alborotar el mundo. Las luces se apagaban....

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