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Actualizado: 19 de junio de 2025
La señora de Rubín no se dio cuenta de lo demás... Tenía después una idea incierta de que la mano dura del inglés la había cogido por un brazo, apretándoselo tanto que aún le dolía al día siguiente; de que la sacaron del gabinete, de que le abrieron la puerta y de que se vio bajando la escalera.
No cabía duda: aquella mujer alcanzaba la importancia de su nueva situación; no se dolía de lo ocurrido, ni denotaba la más remota veleidad de querer explotar su sacrificio, mas tampoco le cabía en la cabeza la sospecha de que pudiese ser víctima de una infamia.
¡Si hubiera sido yo! repetía entre dientes, al juntar los últimos pedazos, puesta en cuclillas. Gozaba con delicia de aquella catástrofe, desde el punto de vista de su irresponsabilidad. Ana bajó a la huerta, olvidada ya de la carta que quería escribir. Le dolía el brazo. Le dolía con el escozor moral de las bofetadas que deshonran. Le parecía una vergüenza y una degradación ridícula todo aquello.
Si en extremo le dolía que ella declarase que no le amaba, no podía menos de aplaudir la lealtad de la declaración. Don Paco estaba conforme en lo tocante al aprecio de las circunstancias que se oponían a la boda y que la hacían aparecer a toda juiciosa previsión como fuente de disgustos y de males.
Ya había olvidado su resentimiento y sus sermones; tanto más cuanto que en mis palabras había un gran fondo de verdad. ¿Y es por eso, que estás tan triste, hijita? Sí, por cierto, señor cura. Figuraos que mi tía me repite en todos los tonos que soy un fenómeno, que soy fea como un susto. Y mis ojos se llenaron de lágrimas, como que el tal tema me dolía en el alma.
Pero ya que el Magistral mismo se quejaba, daba a entender que aquella persecución le dolía, era necesario saber más, procurar el consuelo de aquel corazón atribulado, buscar remedios eficaces, ayudar al justo perseguido, calumniado, que además del justo era el padre espiritual, el hermano mayor del alma, el faro de luz mística, el guía en el camino del cielo.
Después que concluyeron, cuando estaban tomando el café, sea por haberse reído demasiado o por cualquier otra causa, la joven esposa se sintió mal del estómago. La comida le había hecho daño. Dijo que tenía ganas de devolverla. Y en efecto, se fué a su cuarto y al poco rato volvió diciendo que había arrojado y le dolía la cabeza. Se le hizo te.
Con esto, se fueron arrojando de las cabalgaduras, y los maridos, muy severos , apeando en los brazos a sus mujeres, llamando todos al Güésped, «y él de nada se dolía» . La Autora se asentó en una alhombrilla que la echaron en el suelo; las demás princesas, alrededor, y el Autor andaba solicitando el regalo de todos, como pastor de aquel ganado.
Mientras que ocurrían estas cosas en casa de Pepita, no estaba más alegre y sosegado en la suya el señor D. Luis de Vargas. Su padre, que no dejaba casi ningún día de salir al campo a caballo, había querido llevarle en su compañía; pero D. Luis se había excusado con que le dolía la cabeza, y D. Pedro se fue sin él.
Por fin Aguado la dejó explicarse, y ella se quejó de lo siguiente: «No le dolía nada, lo que se llama doler, pero tenía grandes insomnios, y a ratos grandes tristezas, y de repente ansias infinitas, no sabía de qué, y la angustia de un ahogo; la habitación en que estaba, la casa entera le parecían estrechas, como tumbas, como cuevas de grillos, y anhelaba salir volando por los balcones y escapar muy lejos, beber mucho aire y empaparse en mucha luz.
Palabra del Dia
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