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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Estoy admirado, que siendo tan públicos hoy estos libros, nuestros Teólogos embebecidos con las disputas con que se impugnan unos á otros, siendo todos Católicos, dexen sin respuesta á este y otros Escritores audaces, que sin respeto ninguno á los varones mas santos y mas doctos tiran á volverlos despreciables y desautorizados, mayormente extendiendo CLERICO esta calumnia en el principio de su Disertacion á todos los Teólogos.
Pero he aquí que después de haber sentado en principio que únicamente entre nuestra clase se encontraban esas delicadas ideas del honor y esa elevación de carácter y de sentimientos que son el fruto de una educación adecuada a nuestro destino social, han asaltado el edificio novelesco de las falsas virtudes del estado llano y las han reducido implacablemente a un simple espíritu de emulación, de la cual nosotros tenemos también el honor de ser el vehículo: disertación que, seguramente, no me hubiera sacado de una meditación completamente extraña a lo que allí se decía, ni a propósito de la inalienable bajeza de los parias de Europa y de la poca confianza que había que tener en las costumbres del pueblo, no hubieran citado... ¡Gran Dios, mi sangre hierve al sólo recordarlo!... Se trataba de esa joven educada con tanto cuidado a la vista de Eudoxia, que hubiera respondido ciegamente de su inocencia... ¡Se trataba de Adela!... A este nombre perdí los estribos y, con un tono de voz que denotaba más cólera que curiosidad, pregunté el crimen que había cometido. «Casi nada dijo Eudoxia , una de esas cosas para las cuales su filantropía sentimental de usted reserva seguramente toda su indulgencia; una de esas pasiones decentes y platónicas que producen tan buen efecto en los dramas y en las novelas; un noble y tierno afecto por algún palurdo de la aldea inmediata, al cual va a hacer todos los días inocentes visitas que acabarán Dios sabe cómo.
A la mañana siguiente fue lleno de zozobra a presenciar el ejercicio de su amigo. Este, que había copiado la disertación en buena letra, la leyó con firme entonación y no poco aparato; los jueces quedaron sorprendidos de tanta erudición y agradable estilo, en quien no sospechaban que existiese.
El éxito del número primero, como era de esperar, fué prodigioso. El artículo de Sinforoso, la sabia disertación de don Jerónimo de la Fuente, las gacetillas y hasta los versos de Periquito, todo fué leído y justamente celebrado. Pero lo que preferentemente llamó la atención de las personas serias y causó en ellas honda impresión, fué el artículo de don Rosendo Nuestros propósitos.
Convencidos de que el periódico es una secuela indispensable, si no un síntoma de la vida moderna, esperarían tal vez aquí nuestros lectores una historia de esta invención; una seria disertación sobre los primeros periódicos, y acerca de si debieron o no su primer nombre a una moneda veneciana que limitaba su precio. Nada de eso.
Recuerdo su última obra, que estremeció al mundo de polo á polo, por tratar de una cuestión grave, á saber: de si el Arcipreste de Hita tenía ó no la costumbre de ponerse las medias al revés, decidiéndose nuestro autor por la negativa, con gran escándalo y algazara de las Academias de Leipsick, Gottinga, Edimburgo y Ratisbona, las cuales dijeron que el célebre Carranza era un alma de cántaro al atreverse á negar un hecho que formaba parte del tesoro de creencias de la humanidad. ¿Pues y su disertación sobre los colmillos del jabalí de Erymantho, que fué causa de un sin fin de mordiscadas entre los más famosos eruditos?
Sin dificultad ninguna encontró el asunto de su discurso, y desde las primeras frases vió desarrollarse ante su imaginación en serie muy clara todas las ideas que habían de constituir la disertación. A cada palabra sentía presentarse la siguiente; pero sin atropellarse, con la calma de la verdadera inspiración que afluye al espíritu y no se precipita.
Será para ti, válgame como ejemplo, lo que para Don Pedro Niño, valeroso y galante Conde de Buelna, fue Gutierre Díez de Games, su alférez. A este punto de su algo prolija disertación llegó el Padre Ambrosio, cuando empezó a manar por la piquera del alambique, el líquido destilado.
Toda esta disertacion metafísica que vá á hacerme pasar la plaza de pedante no tiene mas objeto que crearme un punto de apoyo para repetir lo que se ha dicho tantas veces, que «algo le falta al hombre que es insensible á los encantos de la música ó de la pintura» y que por consecuencia le falta todo al que no es susceptible de comprender todas las bellezas de la poesía, que condensa á la vez la imágen y la armonía.
Así lo hizo JUAN CLERICO en muchas impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la Disertacion de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la edicion de Amsterdam de 1722.
Palabra del Dia
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