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Existe en Francia una cosa tan peculiar, tan genuina del carácter nacional, que con dificultad se encuentra en otro país cualquiera: la conversación, en cuya especialidad no hay nadie que pueda competir con los franceses. En el resto del globo se discute, se argumenta, se perora; sólo en Francia se conversa por costumbre.

Mucho se ha discutido, se discute y se discutirá, sobre si la amena literatura y otras artes del deleite, estéticas o bellas, deben o no ser docentes.

Nada importa el que clama que su esfuerzo es locura, Que es inútil su arrojo, que es fatal su aventura ¡Don Quijote discute todo eso con su lanza! Y, en tanto ya ensartando malandrines follones, Cargado de esperanzas, de ensueños, de visiones, Por los campos del mundo avanza, avanza, avanza....

Se discute aún si el tiro partió de la comisaría, o de los amigos, o de los contrarios, o de un asesino suelto, enemigo personal por esto o por aquello. Probablemente no se sabrá nunca la causa; la verdad está ya tan soterrada por tal cúmulo de versiones contradictorias e interesadas, que nunca se logrará desenterrarla.

Todos tus crímenes han sido contados; tus víctimas hallan partidarios y simpatías por todas partes, y gritos vengadores llegan hasta vuestros oídos. Toda la Prensa europea discute hoy los intereses argentinos como si fueran los suyos propios, y el nombre argentino anda en tu deshonra en boca de todos los pueblos civilizados.

Aquí no se ha cambiado de cadáver desde hace muchísimos años, y el duelo está perdiendo prestigio. Vean ustedes las estadísticas de accidentes del trabajo y observarán que la industria corchotaponera produce más víctimas que el duelo. ¿Qué se discute en España entre los partidarios del desafío y sus antipartidarios?

Cualquiera discute con él... ¡Qué profundo!... Cuando su madre no le obligaba por las noches a visitar la casa de algún pudiente, al que convenía tener contento, leía; no ya como en Valencia los libros que le prestaba el canónigo, sino obras que compraba siguiendo las indicaciones de los periódicos; volúmenes que respetaba su madre con la santa veneración que la inspiraba el papel cosido y encuadernado, sólo comparable al desprecio que sentía por los periódicos, dedicados casi todos ellos a insultar las cosas santas y favorecer los instintos de la pillería.

A Gutiérrez González no se discute, y es una grave impresión de respeto por ese hombre la que siente el extranjero al contemplar la adoración serena de un pueblo por el intérprete armónico de sus cosas más íntimas... Así recitaba la Francia las primeras meditaciones de Lamartine; así suena aún en los hogares de Escocia el eco tierno de Burns... Nacido en tierra americana, respirando la atmósfera de nuestra época, enfermo de las mismas nostalgias mortales que sombrean el espíritu de casi todos nuestros poetas, cantando en nuestra lengua... ¿en qué puede fundarse un colombiano para sotenernos que, sólo para ellos, Gutiérrez González es un gran poeta? ¿En qué se fundaba la generación anterior a la nuestra para encontrar las imprecaciones de Mármol contra Rosas, dignas de Juvenal o de Hugo, o para extasiarse ante las laboriosas estrofas de Indarte?

Indudablemente, el dinero es una cosa muy mala, sobre todo para aquellos que no lo tienen; pero también es una cosa muy buena, especialmente para aquellos que lo atesoran. Algunas personas, cuando se discute este tema de la bondad o maldad del dinero, exclaman: ¡Quite usted!... Lo importante es tener salud...

Y tranquilamente como un matrimonio que discute en la calma placentera del hogar los detalles de la vida material, pasaban revista de los objetos necesarios para el viaje. Rafael no tenía nada. Había huido como quien escapa de un incendio, con el traje que primero encontró al saltar de la cama. Necesitaba muchas cosas indispensables y pensaba salir a comprarlas: asunto de un momento.