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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Riéronla todos, doblóse mi afrenta, y dije entre mí: «Avisón, Pablos, alerta». Propuse de hacer nueva vida, y con esto, hechos amigos, vivimos de allí adelante todos los de la casa como hermanos, y en las escuelas y patios nadie me inquietó más. Libro Primero: Capítulo VI: De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo. «Haz como viere» dice el refrán, y dice bien.
Tiene barbas de patriarca; siempre lo he visto lo mismo, apoyado en su bastón, una boina mugrienta en la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además, lleva una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El millón está esperando le dije por bromear . Cuando usted quiera puede venir á recogerlo.» No pareció entenderme.
A los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato, y que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di este aviso de por sí, con orden que, aunque allí viesen a otros cristianos, no les dijesen sino que yo les había mandado esperar en aquel lugar.
Tome asiento, don Melchor. ¡Pero cuánto gusto de verlo!... ¿Y solo ha venido? Ya le dije, Ramona: solo; mis compañeros quedaron en la estancia algo doloridos porque ayer anduvieron mucho a caballo. Así es... bueno, cuando no hay la costumbre... ¿Y usted no? ¡Ya ve: me he venido de un galope; mire por la puerta cómo ha sudado el zaino!
Me contó que usted estaba aquí, me enseñó su papel, y yo le dije que avisase á los que vienen detrás para que no pierdan tiempo pasando por mi estancia y que él les sirva de baquiano, trayéndolos directamente... ¿Qué es lo que ocurre? Marcharon los dos entre matorrales, siguiendo las huellas que había dejado Watson al salirle al encuentro.
Ya ven, señores... toda una catástrofe... Durante un segundo, me quedé como aplastado por el golpe; pero inmediatamente tomé al joven por el cuello: ¡Alto, hijo mío! dije, ¡basta de farsas! Y, asiéndolo siempre por el cuello, lo llevo otra vez a su sitio; después, cierro las puertas y levanto a mi mujer, que solloza convulsivamente, tendida sobre el piso.
La injusticia de mi actitud no veía más que injusticia acrecentaba el profundo disgusto de mí mismo. Por eso cuando oí, o más bien sentí, que las lágrimas salían al fin, me levanté con un violento chasquido de lengua. Yo creía que no íbamos a tener más escenas le dije paseándome. No me respondió, y agregué: Pero que sea ésta la última.
Levantó otra vez los ojos del libro, y exclamó: ¡Por San Lorenzo! ¿no os dije que os fuérais? Ocurrióseme, señor, pediros que me perdonáseis por haber malgastado el precioso tiempo de vuestra majestad, y como vuestra majestad había vuelto á sus devociones...
Acaso al hablarme Monte-Cristo, yo, que también me distraigo, dije algo, como acostumbro, en alabanza del talento poético de usted, que tan claro me parece, y él lo aplicó al Himno de que me hablaba, y que yo no podía alabar por serme entonces desconocido. Ahora, que ya le conozco, creo de mi deber dar á usted con toda sinceridad y franqueza la opinión que me pide.
Yo llamé á mi mujer, que se ponia ya el sombrero, y la dije lo que habia observado. Mi mujer miró; pero no es ningun lince en materia de vista, y no distinguió á la jóven que estaba detrás de los cristales.
Palabra del Dia
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