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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Condena Vd. como debe el sentimentalismo exagerado y la propensión a enternecerme y a llorar por motivos pueriles de que le dije padecía a veces; pero esta afeminada pasión de ánimo, ya que existe en mí, importando desecharla, celebra Vd. que no se mezcle con la oración y la meditación y las contamine.
¡Aquí verá usted le dije otra amabilidad y otra finura! La puerta estaba abierta y naturalmente nos entrábamos; pero no habíamos andado cuatro pasos, cuando una especie de portero vino a nosotros, gritándonos: ¡Eh, hombre! ¿a dónde va usted? ¡fuera! Este es pariente del calesero dije yo para mí. Salimos fuera, y sin embargo, esperamos el turno. Vamos, adentro.
Yo lo siento, yo lo sé; no puedo hacerla feliz. ¿Pero y su hijita? le dije... ¡Es lo único que me da ánimo y fuerza para vivir me repuso; si no fuera por ella, ¡qué solo estaría en el mundo! ¡Qué horrible sería mi desesperación! ¿No es verdad, que es una criatura encantadora?
¿Está usted seguro le dije siguiendo mi sistema de interrupciones y preguntas, para obtener más de lo que espontáneamente me ofrecía su agradable laconismo , de haber puesto de su parte todo el esfuerzo que requería la empresa? ¡Segurísimo! me respondió sin vacilar; y añadió sonriéndose: Puedo jurarle a usted que en ese linaje de estudios aproveché bien el tiempo.
Noto, le dije, al par que caminábamos hácia la Concordia, que la arqueología de usted tiene instintos atroces. Seria menester, amigo mio, que diese usted más humanidad á sus caballerescos antojos. No son antojos caballerescos; son quimeras artísticas. Pues seria menester que tuviese usted quimeras artísticas más amables.
Aquel Cayù, que dije, que huyendo Salió con los demas, y que dej
Digo esto porque sepa el señor Bacía que le entiendo. -En verdad, señor don Quijote -dijo el barbero-, que no lo dije por tanto, y así me ayude Dios como fue buena mi intención, y que no debe vuestra merced sentirse. -Si puedo sentirme o no -respondió don Quijote-, yo me lo sé.
¿Y por qué te querían asesinar esos cafres? Porque les dije mil perrerías. Después, cuando me llevaron a la tienda, todos se reían de mí. Luego me dieron vino, obligándome a beberlo, y yo mientras más bebía más charlaba, diciendo atroces disparates y frases graciosas, hasta que me quedé como un cuerpo muerto.
Como vendieron la casita.... Yo les dije que no lo hicieran; pero fué preciso.... Estas palabras del antiguo servidor de mis padres fueron para mí como un rayo de luz. Todo lo comprendí. La situación de mis tías era, sin duda, por extremo precaria. Ahora me daba yo cuenta de la tristeza que informaba sus cartas; ahora estimaba yo en lo justo la magnitud de sus afanes y de sus sacrificios.
Entonces, yo tomé la cosa por mi cuenta y le dije las del barquero. Eso es, muy bien; ¿le parecía decente poner los ojos en una niña, cuya familia era enemiga mortal de la suya propia? ¿no había en Buenos Aires ninguna otra más que ella, tan buena o mejor? ¿no temía que la gente esa dijera que iba por su dinero y que su padre y su tía estaban mezclados en el negocio?
Palabra del Dia
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