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Actualizado: 11 de mayo de 2025


La fórmula solía ser esta: «Muy señor mío y de mi más distinguida consideración: adjuntos le remito unos versos para que, si los estima dignos de tan señalado honor, vean la luz pública en las columnas de su acreditado periódico. Escritos sin pretensiones..., etc., etc.». Pero, nada: no salían. Pedía, después de un año, que se los devolvieran.

Acabas de pasar una hora conmigo desde que nos hemos encontrado en la calle del Príncipe. Quiero que me digas con sinceridad si en esta hora te has aburrido... No sólo no me he aburrido, sino que he pasado uno de los ratos más felices de mi vida. ¿Lo ves? ¿Qué mérito tiene entonces lo que hemos hecho? Lejos de juzgarnos dignos de admiración, somos dignos de envidia por lo que hemos disfrutado...

Todo cuanto se diga en este sentido será contrario a las reglas de la sana crítica, y así nos resolvemos a explicar lógicamente aquel volteo de paredes por la detestable calidad del vino que bebieron poco antes los tres dignos señores. El vino era tal, que si le hubieran tomado juramento habría declarado francamente no haber visto en toda su vida las bodegas jerezanas.

En fin, de todos modos me consta que es precioso el libro. Muchas gracias dijo el poeta secamente. Muchas gracias: no se moleste usted: yo se los enviaré. No acepto el regalo. En España son tan pocos los libros que se publican dignos de comprarse, que el presupuesto del más aficionado a las letras no padece mucha alteración aunque se proponga ser despilfarrador.

Estando en esto, entraron en la casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes, y de allí a poco, dos de la esportilla y un ciego; y sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio. No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos, que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos.

La disculpa del poco éxito alcanzado hasta ahora no puede tener fundamento más sólido ni más claro. En cambio son dignos de omnímodas alabanzas, singularmente en el general Martínez Campos, el noble patriotismo y la suprema abnegación con que fué á Cuba, exponiéndose en una lucha sin gloria á la mengua ó á la pérdida de su crédito, que ya no podía ser mayor.

No era ya aquel hombre que engañaba al siglo con sus cincuenta y ocho años disimulados por una salud de hierro, por alientos y espíritu dignos de un joven de treinta, con ilusiones y sin vicios.

Pues eso no es nada aún: el condenado se ha atrevido a subir a la torre del reloj, y mi cabrero lo ha visto perfectamente fumando su cigarro maldito, y poco después... ¡le ha oído acompañarse una canción blasfema con su guitarra maldita! Pero, los dignos padres, ¿cómo han sufrido semejante abominación? preguntó Flores con aire contrito.

Al terminar el almuerzo hablaron en el hall, mientras tomaban el café, de los que jugaban más fuerte en las salas privadas. El nombre de algunos era pronunciado con respeto, como si fuesen maestros dignos de admiración. Ese sabe jugar decían como único comentario.

¿Qué procedimiento ha seguido y sigue el General Brooks en Cuba? ¿No siguen hasta ahora armados los cubanos, sin embargo, de estarse tratando de la paz y del porvenir de aquella isla? Y ¿somos por ventura menos dignos, que aquellos revolucionarios, de la libertad y de la Independencia?

Palabra del Dia

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