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Actualizado: 28 de junio de 2025
Sorege, extendido en un sillón, parecía digerir la comida con una satisfacción completa. Tragomer dejó á sus compañeros, se aproximó al joven y tocándole en el hombro por encima del alto respaldo del sillón, le dijo: Buenas noches, Juan, ¿estás bueno? Sorege abrió los ojos y lanzó á Tragomer una rápida mirada; en seguida sus pupilas velaron de nuevo los misterios de su pensamiento.
No ocultaba su dolor por esto, y aquel día se lo expresó a su tocayo con sentida ingenuidad: «Es una gaita esto de no saber escribir... ¡Hostia!, si yo supiera... Créalo: ese es el por qué de la tirria que me tiene Pi». Don José no le contestó. Estaba doblado por la cintura, porque el digerir las dos enormes chuletas que se había atizado, no se presentaba como un problema de fácil solución.
La Bonnetable, no habiendo podido digerir la «incalificable agresión» de que fue objeto de parte de Francisca y de la mía, se había excusado.
Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida: he nacido, vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos.
Swammerdam y otros, que anteriormente lo habían entrevisto, fueron detenidos en sus primeros pasos. Mucho más tarde, en 1830, el mágico Ehrenberg lo evocó, lo reveló y clasificó, estudiando la forma de esos invisibles, su organismo, sus costumbres, y viólos absorber, digerir, navegar, cazar, combatir. Su generación le pareció obscura. ¿Cuáles son sus amores? ¿Acaso aman?
Querida niña, si tuviera tiempo te demostraría que entre tú y yo no puede haber nada más torpe ni más inoportuno. Pero oigo el segundo toque y prefiero olvidar esta declaración intempestiva a exponerme a oír otra más difícil de digerir.
A fuerza de permanecer encerrado en casa, comenzó a digerir mal, y luego a comer poco: uniose al desasosiego moral el malestar físico, ayudó la inapetencia a la melancolía, y en menos de tres semanas se quedó flaco y triste como fiera enjaulada.
«Esto no es infidelidad pensaba Bonis , esto es un 'sálvese el que pueda'». Su conciencia de amante, la falsa conciencia del romántico apasionado por principios, le acusaba, le decía que los recientes vapores de la orgía le prestaban un fuego que no era fingido; fuese resto de borrachera, agradecimiento, nostalgia de la luna de miel o lo que fuese, ello era que aquel panteísta de la hora de los brindis no sentía repugnancia ni mucho menos al cumplir aquella noche sus más rudimentarios deberes de esposo; a la sorpresa que le causó la extraña actitud de Emma, sucedieron pronto muchas sorpresas de un orden inenarrable, llámese así, sorpresas que le enseñaron allá entre sueños, que el que más cree saber no sabe nada, que las apariencias engañan, que la aprensión hace ver lo que no hay, y viceversa; en fin, ello era que, o los dedos se le antojaban huéspedes, o veía visiones, o su mujer no estaba tan en los últimos como ella decía, ni las gallinas y chuletas que juraba no digerir, ni los vinos exquisitos que aseguraba ella que la envenenaban, dejaban de surtir sus efectos en aquella «naturaleza»; que las unturas y el algodón en rama habían producido una... palingenesia.... algo así como una vegetación de la oscuridad, pálida, pero no mezquina.
Dentro de un rato bajaré a la catedral. Se despidieron. Y Gabriel, después de digerir tranquilamente la leche que le sirvió su sobrina, bajó al templo, sin decir nada a la familia del trabajo que pensaba realizar. Temía la protesta de su hermano. En el claustro bajo volvió a encontrarse con el Vara de plata. Hablaba con la jardinera, mostrándola escandalizado un haz de espigas con una cinta roja.
Ello es que pasando días y semanas; estando perjeñado el discurso y a medio digerir; puestos en ejecución los planes de la marquesa y los planos de su arquitecto, y por los suelos algunos tabiques de la casa; en Madrid casi todos los encopetados touristas veraniegos; cada hombre político en su sitio; Verónica no tan aburrida ni nerviosa como a su llegada; Pepe Guzmán bien perdonado de su falta, en virtud de razones bien expuestas y mejor recibidas; la marquesa incapacitada de moverse de un sillón en cuanto la sacaban, con trabajos, de su lecho, y el marqués con su credencial de senador entre las manos, llegó el mes de octubre, y con él la ebullición de la vida madrileña, quiero decir, la de la gente de dinero y lustre en los campos colindantes de los placeres y de la política; y llegando el mes de octubre, que era el que esperaba el marqués con grandes ansias, dio por bien digerido su discurso, y consagró todo el muy escaso que le quedaba sano a disponer el programa de la fiesta.
Palabra del Dia
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