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Actualizado: 21 de junio de 2025
Debe de ser decía para sí una mujer diabólica, hermosa, discreta, poseedora de infernales recursos, cuando ha logrado hechizar y embobar al Conde, que no es ningún chico inexperto ni ningún majadero. Con estas y otras parecidas reflexiones la Marquesa se atormentaba casi de continuo.
No; es preciso enseñar al Rey cómo deben ser tratados sus viles instrumentos. Basta de contemplaciones. Ya era de esperar esto. Lleno está Madrid de agentes que se ingieren en las Sociedades secretas, pagan á algunos de los oradores más furibundos para que aticen los rencores del pueblo contra la autoridad constitucional. Ya ha llegado el instante supremo de su empresa diabólica.
Cuando don Álvaro callaba, ella volvía a sus miedos; se le figuraba que él también volvía a pensar en lo que mediaba entre ambos, en la aparición diabólica de la noche anterior, en el paseo por las calles, y en tantas citas implícitas, buscadas, indagadas, solicitadas sin saber cómo por él; cobarde, criminalmente consentidas por ella.
Saltó el Ingles en tierra, y al poblado llegó con furia cruel y repentina; Y como le ha hallado despoblado, Con su rábia diabolica y maligna A una Santa Cruz ha escopetado, Robando lo que halla allí, camina. El piloto quedó allí abscondido, Que al alto con los nuestros se ha subido. Arana, que venia muy pujante Con dos fuertes y bellos galeones, Con una veloz lancha de delante, Allega á Manta.
Sólo entonces se le ocurrió esta diabólica idea: Aquí hay gato, es claro; a mí no me importa; pero si... es una hipótesis, si hubiera podido haber un medio... así... verosímil.... legal... de... de cobrar yo mis seis mil reales, al tío primero, y después otros seis mil al sobrino.... Disparate, absurdo; corriente; pero hubiera tenido gracia.
Imaginaba, allá en lo más hondo de su conciencia, llevarla algún oculto veneno, o hacerla perecer, sin arma alguna, ciñéndola la garganta; y, así, muerta por sus propias manos, ante el solo testimonio de Dios, sumergirla en el agua, con todos sus botes de olor y de tintura, para que la pila diabólica le sirviera de sepulcro.
La fecunda, diabólica fantasía de Amalia se puso a inventar tormentos con que saciar el odio que la devoraba. Necesitaba ver sufrir. Josefina fue enviada descalza abajo con una misiva escrita en lápiz para Concha. El papel decía: «Concha, ahí te envío a esa picaruela. Castígala como mejor te parezca.» Amalia había adivinado, en su doncella, al verdugo.
Ofendida excesivamente la soberbia diabólica de tal desprecio, se echaron sobre él, y con una fiera tempestad de muchos y crueles golpes, le pisaron, hirieron y maltrataron tanto, que le hicieron arrojar por la boca gran copia de sangre; y por más que repitieron los golpes, aunque lo redujeron á los últimos peligros de la vida, nunca pudieron contrastar su constancia.
El único que solía mostrar indicios de rebelión era el chiquitín. La Señana, en sus cortos alcances, no comprendía aquella aspiración diabólica a dejar de ser piedra. ¿Por ventura había existencia más feliz y ejemplar que la de los peñascos? No admitía, no, que fuera cambiada, ni aun por la de canto rodado. Y Señana amaba a sus hijos; ¡pero hay tantas maneras de amar!
¡Bien lo ha hecho usted! le decía el Doctrino á Lázaro. Yo me lo esperaba. Esta noche nuestro partido adquiere con la palabra de usted una fuerza terrible. Don Elías, puede usted estar orgulloso de su sobrino. Sí que lo estoy dijo Coletilla sonriéndose como acostumbran hacerlo los chacales y las zorras, á quienes ha puesto la Naturaleza una contracción diabólica en el rostro.
Palabra del Dia
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