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Actualizado: 11 de julio de 2025
El viejo le hubiera seguido a no ser por la mano que aún inerte le detenía fuertemente, no siendo fácil desprenderse de ella. Era pequeña, débil y flaca; pero quizá por ser pequeña, débil y demacrada cedió a su presión y, aproximando aún más la silla a la cama, apoyó sobre ella la cabeza, sorprendiéndole el sueño en esta actitud.
Iba solo y pensativo, lo cual no extrañó á ninguno de los que le vieron salir, por la sencilla razón de que siempre iba lo mismo. Engolfado en sus cavilaciones, andaba ligero unas veces y otras se detenía de pronto, haciendo rayas y figuras en la tierra ó círculos en el aire, como mágico antiguo, con un palitroque ó báculo que en la mano llevaba.
Se detenía cerca de alguna loma favorita que le permitía sentarse, mientras que Eppie iba titubeando a recoger los botones de oro, interpelando a las criaturas aladas que murmuraban felices encima de sus pétalos brillantes y atrayendo continuamente la atención de «papá» cuando le traía su cosecha.
A veces Liette se detenía pensativa al ver dos novios que se dirigían lentamente al pueblo o algún robusto labrador que hacía saltar alegremente en sus brazos algún mofletudo muchacho.
El racimo humano se detenía á veces mientras sus conductores bebían, y despues proseguía su camino con la boca seca, el cerebro oscuro y el corazon lleno de maldiciones. La sed era lo de menos para aquellos desgraciados. ¡Adelante, hijos de p ! gritaba el soldado, vigorizado de nuevo, lanzando el insulto comun en la clase baja de los filipinos.
Trajeron el mueble á esta casa, y en mi cuarto ha estado hasta hoy. Al principio miré aquello como un juguete, como una reliquia. De noche, en el silencio de esta casa, lo abría, contemplando con estupor las hermosas monedas que dentro había. Varias veces traté de revelarlo; pero me detenía un recelo supersticioso. A veces soñaba con fundar algún día una obra piadosa.
Apenas se detenía en la puerta de la cocina, apoyando un codo en el quicio y obstruyendo con su cuerpo la entrada da la luz solar, el viejo echaba mano á la botella de caña, preparando un «refresco» ó un «caliente» en honor del segundo. Bebían con lentitud, interrumpiendo el paladeo del líquido para lamentarse de la inmovilidad del Mare nostrum. Hacían cuentas, como si el buque fuese suyo.
Algunos momentos después se detenía junto al carruaje, y dirigiéndose al cura, le dijo: Vengo de vuestra casa, mi padrino. Paulina me dijo que habíais ido a Souvigny por la venta... Y... ¿quién compró el castillo? Una americana, madama Scott. ¿Y Blanche-Couronne? La misma madama Scott. ¿Y la Rozeraie? También madama Scott. Y el bosque... ¿todavía madama Scott?
La música de los campanarios caía sobre la ciudad en frescas oleadas y se difundía por el valle, a manera de río desbordado que quisiera escaparse por los barrancos. Allí se detenía un instante, y luego como que se levantaba ansiosa de volver a las alturas, para remontarse a los cielos en pos de los astros que iban palideciendo y borrándose en la ténue claridad del crepúsculo.
Y si no los da, soy capaz de.... En fin, ¿qué no haré yo por la instrucción? ¿qué no haré por...? Iba á añadir «por usted», pero se detenía mirando á la pomposa generala.
Palabra del Dia
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