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Actualizado: 21 de julio de 2025
Le llevaba bombones, le contaba cuentos y le prodigaba esas pequeñas atenciones a las que una mujer no se muestra nunca insensible. Germana no despreciaba aquella buena amistad, paternal en la forma, menos paternal no obstante que la del doctor Delviniotis. Recompensaba también con una dulce mirada al capitán Bretignières, aquel excelente hombre al que no faltaba más que una pluma en el sombrero.
Y con los codos se abrió paso entre la muchedumbre, despegándose de la espalda de Spadoni, que seguía con ojos de hipnotizado los tesoros crecientes de la duquesa. Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el egoísmo de Alicia, pero carecía de fuerzas para marcharse. Necesitaba estar cerca de ella; quería convencerse de hasta dónde podía llegar su insensibilidad.
Su suerte estaba echada. Matar toros o morir. Ser rico, y que los periódicos hablasen de él y le saludase la gente, aunque fuera a costa de la vida. Despreciaba los grados inferiores del toreo.
Pero el gobierno despreciaba á las mujeres, y ella no podía obtener otra participación en la guerra que la de admirar el uniforme de su novio René Lacour, convertido en soldado. El hijo del senador ofrecía un lindo aspecto. Alto, rubio, de una delicadeza algo femenil que recordaba á la difunta madre, René era un «soldadito de azúcar» en opinión de su novia.
Cuando salía de mi clase estaba como embriagado con una deliciosa embriaguez. ¡Cómo me despreciaba en seguida, Dios mío...! Muchas veces estuve a punto de correr aquí para rogarle que me librara de esta tarea, de la que era indigno. Fuí cobarde y continué. Soy el mal sacerdote de la religión académica. ¡Eso es, señora...!
Después, casi siempre, había tenido grandes contrariedades en la vida, pero ya despreciaba su memoria; una porción de necios se habían conjurado contra ella; todo aquello le repugnaba recordarlo; pero su pena de niña, la injusticia de acostarla sin sueño, sin cuentos, sin caricias, sin luz, la sublevaba todavía y le inspiraba una dulcísima lástima de sí misma.
Las máquinas, los descubrimientos de las ciencias positivas, todo lo que no se relacionaba con la divinidad y la vida futura, eran bagatelas para entretener a gentes locas y sin fe. Y el antiguo seminarista, que despreciaba el progreso humano desde niño, como una ridícula mentira, quedó estupefacto viendo con qué solemnidad hablaba de él el catolicismo francés.
A eso venía precisamente; a tratar con V. la cuestión de intereses. Casi todas las conversaciones entre tío y sobrino desde hacía algún tiempo, tomaban este tono un si es no es picante. Miguel era díscolo, y cada día iba formando una idea más pobre de las dotes intelectuales del tío Bernardo. Este, si no despreciaba a su sobrino en el fondo, aborrecía su carácter y le tenía miedo.
La taga-bayan tiene el orgullo de la antigua señora feudal, que desde la alta almena despreciaba á la pobre villana que labraba la tierra al pié de los fosos del castillo.
El Duque, por su parte, despreciaba estas hablillas, como cumple á las almas grandes. Pero llegaron tiempos en que salía poco de día, porque en su levita había descubierto la astronomía vulgar no sé qué manchas. En esto se parecía al sol, aunque, por raro fenómeno, era un sol que no lucía sino por las noches.
Palabra del Dia
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